sábado, 29 de enero de 2011

Hijo de la luz y de la sombra

Joan Manuel Serrat



Tras haberse recuperado luego de una operación que le practicaran el año pasado, Joan Manuel Serrat ha reanudado una gira promocional para su última grabación Hijo de la luz y de la sombra, de igual título que el hermoso poema que reproducimos, en homenaje al centenario del nacimiento del gran poeta de Orihuela, Miguel Hernández, que se cumplió en el 2010.El próximo 11 de febrero Serrat estará en nuestra ciudad, Monterrey, donde ofrecerá un concierto en el Auditorio Banamex. Con tal motivo dedicamos este post tanto al poeta como al cantautor, tan queridos ambos.


HIJO DE LA LUZ Y DE LA SOMBRA

I (HIJO DE LA SOMBRA)

Eres la noche, esposa: la noche en el instante
mayor de su potencia lunar y femenina.
Eres la medianoche: la sombra culminante
donde culmina el sueño, donde el amor culmina.

Forjado por el día, mi corazón que quema
lleva su gran pisada de sol a donde quieres,
con un solar impulso, con una luz suprema,
cumbre de las mañanas y los atardeceres.

Daré sobre tu cuerpo cuando la noche arroje
su avaricioso anhelo de imán y poderío.
Un astral sentimiento febril me sobrecoge,
incendia mi osamenta con un escalofrío.

El aire de la noche desordena tus pechos,
y desordena y vuelca los cuerpos con su choque.
Como una tempestad de enloquecidos lechos,
eclipsa las parejas, las hace un solo bloque.

La noche se ha encendido como una sorda hoguera
de llamas minerales y oscuras embestidas.
Y alrededor la sombra late como si fuera
las almas de los pozos y el vino difundidas.

Ya la sombra es el nido cerrado, incandescente,
la visible ceguera puesta sobre quien ama;
ya provoca el abrazo cerrado, ciegamente,
ya recoge en sus cuevas cuanto la luz derrama.

La sombra pide, exige seres que se entrelacen,
besos que la constelen de relámpagos largos,
bocas embravecidas, batidas, que atenacen,
arrullos que hagan música de sus mudos letargos.

Pide que nos echemos tú y yo sobre la manta,
tú y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida.
Pide que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta,
con todo el firmamento, la tierra estremecida.

El hijo está en la sombra que acumula luceros,
amor, tuétano, luna, claras oscuridades.
Brota de sus perezas y de sus agujeros,
y de sus solitarias y apagadas ciudades.

El hijo está en la sombra: de la sombra ha surtido,
y a su origen infunden los astros una siembra,
un zumo lácteo, un flujo de cálido latido,
que ha de obligar sus huesos al sueño y a la hembra.

Moviendo está la sombra sus fuerzas siderales,
tendiendo está la sombra su constelada umbría,
volcando las parejas y haciéndolas nupciales.
Tú eres la noche, esposa. Yo soy el mediodía.

II (HIJO DE LA LUZ)

Tú eres el alba, esposa: la principal penumbra,
recibes entornadas las horas de tu frente.
Decidido al fulgor, pero entornado, alumbra tu cuerpo.
Tus entrañas forjan el sol naciente.

Centro de claridades, la gran hora te espera
en el umbral de un fuego que el fuego mismo abrasa:
te espero yo, inclinado como el trigo a la era,
colocando en el centro de la luz nuestra casa.

La noche desprendida de los pozos oscuros,
se sumerge en los pozos donde ha echado raíces.
Y tú te abres al parto luminoso, entre muros
que se rasgan contigo como pétreas matrices.

La gran hora del parto, la más rotunda hora:
estallan los relojes sintiendo tu alarido,
se abren todas las puertas del mundo, de la aurora,
y el sol nace en tu vientre donde encontró su nido.

El hijo fue primero sombra y ropa cosida
por tu corazón hondo desde tus hondas manos.
Con sombras y con ropas anticipó su vida,
con sombras y con ropas de gérmenes humanos.

Las sombras y las ropas sin población, desiertas,
se han poblado de un niño sonoro, un movimiento,
que en nuestra casa pone de par en par las puertas,
y ocupa en ella a gritos el luminoso asiento.

¡Ay, la vida: qué hermoso penar tan moribundo!
Sombras y ropas trajo la del hijo que nombras.
Sombras y ropas llevan los hombres por el mundo.
Y todos dejan siempre sombras: ropas y sombras.

Hijo del alba eres, hijo del mediodía.
Y ha de quedar de ti luces en todo impuestas,
mientras tu madre y yo vamos a la agonía,
dormidos y despiertos con el amor a cuestas.

Hablo y el corazón me sale en el aliento.
Si no hablara lo mucho que quiero me ahogaría.
Con espliego y resinas perfumo tu aposento.
Tú eres el alba, esposa. Yo soy el mediodía.

III (HIJO DE LA LUZ Y DE LA SOMBRA)

Tejidos en el alba, grabados, dos panales
no pueden detener la miel en los pezones.
Tus pechos en el alba: maternos manantiales,
luchan y se atropellan con blancas efusiones.

Se han desbordado, esposa, lunarmente tus venas,
hasta inundar la casa que tu sabor rezuma.
Y es como si brotaras de un pueblo de colmenas,
tú toda una colmena de leche con espuma.

Es como si tu sangre fuera dulzura toda,
laboriosas abejas filtradas por tus poros.
Oigo un clamor de leche, de inundación, de boda
junto a ti, recorrida por caudales sonoros.

Caudalosa mujer, en tu vientre me entierro.
Tu caudaloso vientre será mi sepultura.
Si quemaran mis huesos con la llama del hierro,
verían qué grabada llevo allí tu figura.

Para siempre fundidos en el hijo quedamos:
fundidos como anhelan nuestras ansias voraces:
en un ramo de tiempo, de sangre, los dos ramos,
en un haz de caricias, de pelo, los dos haces.

Los muertos, con un fuego congelado que abrasa,
laten junto a los vivos de una manera terca.
Viene a ocupar el hijo los campos y la casa
que tú y yo abandonamos quedándonos muy cerca.

Haremos de este hijo generador sustento,
y hará de nuestra carne materia decisiva:
donde sienten su alma las manos y el aliento,
las hélices circulen, la agricultura viva.

Él hará que esta vida no caiga derribada,
pedazo desprendido de nuestros dos pedazos,
que de nuestras dos bocas hará una sola espada
y dos brazos eternos de nuestros cuatro brazos.

No te quiero a ti sola: te quiero en tu ascendencia
y en cuanto de tu vientre descenderá mañana.
Porque la especie humana me han dado por herencia,
la familia del hijo será la especie humana.

Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
seguiremos besándonos en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
se besan los primeros pobladores del mundo.
 


Para Serrat
MANUEL VICENT, EL PAÍS, 21/03/2010


A través de un paisaje recio del profundo Aragón, por la carretera que va de Teruel a Zaragoza, por Utrillas y Hoz de la Vieja, llegué al antiguo pueblo de Belchite, que conserva intactas todavía las ruinas de la Guerra Civil. Los espectros de las iglesias bombardeadas y las calles cegadas por los escombros han quedado como testimonio de aquel encarnizado horror. En este viaje tuve que hablar de literatura a alumnos de secundaria entre la algarabía de unas aulas de instituto llenas de adolescentes cuyas hormonas se hallaban disueltas en el aire de una primavera explosiva. Probablemente todos ignoraban la tragedia que sufrieron sus antepasados sobre aquella tierra adusta. Yo mismo, en lugar de hablarles de héroes de ficción, pude haberles contado una historia real. Belchite fue tomado por los dos bandos de la Guerra Civil, ganado y perdido tabique a tabique con la bayoneta desnuda. Poco antes de iniciarse la última batalla, unos padres mandaron a su hija, una niña llamada Ángeles, que fuera a decirles a sus tíos que estaban entrando en el pueblo los nacionales, pero cuando llegó a casa de sus tíos, los nacionales ya los habían fusilado, a ellos y a otros parientes. La niña volvió a su casa y se encontró con que sus padres también habían sido asesinados. Viéndose sola con toda su familia exterminada comenzó a correr bajo el fuego, dejó el pueblo atrás, atravesó la llanura, se perdió por los montes y no cesó de caminar junto a los bruñidos raíles del tren hasta llegar a Barcelona. Años después esta adolescente se casó con un anarquista catalán represaliado, que se llamaba Josep Serrat; la pareja vivió en el Poble Sec entre gente vencida y allí les nació un niño, que con el tiempo sería un insigne artista muy famoso. Joan Manuel Serrat acaba de crear unas canciones sobre versos de Miguel Hernández, otro ser inocente, muerto en una cárcel franquista, aplastado por el fanatismo de un tiempo atroz. Pude haberles contado a aquellos alumnos de literatura que sobre las ruinas descarnadas del viejo Belchite la primavera estaba depositando algunas flores sencillas, del mismo modo que han germinado en la voz de Serrat muchas palabras de amor desde el terror de aquella niña que huyó de la sangre y llegó al mar a través de una tierra muy dura.



martes, 25 de enero de 2011

Evocación de Pericles

Una oración por México
Por: Federico Zertuche

En el enrarecido panorama político y social que vivimos actualmente en México, resulta pertinente recordar algunos pasajes de la "Oración fúnebre" que Pericles pronunciara en el siglo V antes de Cristo, 500 años antes de que fuera escrita La República de Platón, en ocasión de las honras que se llevaron a cabo para rendir alabanza a los primeros muertos en la Guerra del Peloponeso, y que Tucídides recrea con inigualable veracidad, elocuencia y edificante oportunidad para todas las generaciones posteriores, en el capítulo VII, Libro II, de su Historia de la Guerra del Peloponeso.

"Nuestro sistema político –decía Pericles- no compite con instituciones que tienen vigencia en otros lugares.

Nosotros no copiamos a nuestros vecinos, sino que tratamos de ser un ejemplo;

Nuestra administración favorece a la mayoría y no a la minoría: es por ello que la llamamos democracia;

Nuestras leyes ofrecen una justicia equitativa a todos los hombres por igual, en sus querellas privadas, pero esto no significa que sean pasados por alto los derechos del mérito. Cuando un ciudadano se distingue por su valía, entonces se lo prefiere para las tareas públicas, no a manera de privilegio, sino de reconocimiento de sus virtudes, y en ningún caso constituye obstáculo la pobreza;

La libertad de que gozamos abarca también la vida corriente; no recelamos los unos de los otros, y no nos entrometemos en los actos de nuestros vecinos, dejándolos que siga su propia senda... Pero esta libertad no significa que quedemos al margen de las leyes;

A todos se nos ha enseñado a respetar a los magistrados y a las leyes y a no olvidar nunca que debemos proteger a los débiles. Y también se nos enseña a observar aquellas leyes no escritas cuya sanción sólo reside en el sentimiento universal de lo que es justo;

Nuestra ciudad tiene abiertas las puertas al mundo; jamás expulsamos a un extranjero... Somos libres de vivir a nuestro antojo y, no obstante, siempre estamos dispuestos a enfrentar cualquier peligro;

Amamos la belleza sin dejarnos llevar de las fantasías, y si bien tratamos de perfeccionar nuestro intelecto, esto no debilita nuestra voluntad (...) Admitir la pobreza no tiene entre nosotros nada de vergonzoso; lo que sí consideramos vergonzoso es no hacer ningún esfuerzo para evitarla;

El ciudadano ateniense no descuida los negocios públicos por atender sus asuntos privados... No consideramos inofensivos, sino inútiles, a aquellos que no se interesan por el estado; y si bien sólo unos pocos pueden dar origen a una política, todos nosotros somos capaces de juzgarla; no consideramos la discusión como un obstáculo colocado en el camino de la acción política, sino como un preliminar indispensable para actuar prudentemente;

Creemos que la felicidad es el fruto de la libertad y la libertad, el del valor, y no nos amedrentamos ante el peligro de una guerra.” (1)

Estas palabras, señala Karl Popper, no constituyen un mero elogio de Atenas, sino que expresan el verdadero espíritu de la Gran Generación. Ellas formulan el programa político de un gran individualismo igualitario, de un demócrata que comprende perfectamente que la democracia no puede agotarse con el principio carente de significado de que "debe gobernar el pueblo", sino que ha de basarse sobre la fe en la razón y en el humanitarismo. Al mismo tiempo, constituyen la expresión de un verdadero patriotismo, de un justo orgullo por una ciudad que se había propuesto la tarea de convertirse en ejemplo de las otras, y que se convirtió en escuela, no ya de la Hélade sino también -como todos lo reconocen- de la humanidad, en los siglos pasados, presentes y venideros. (2)

Sería altamente deseable y paradigmático que la "Oración fúnebre" se incluyera en las plataformas ideológicas y políticas de todos y cada uno de los partidos políticos de México; que la aprendiese de memoria nuestra clase política y tratase de aplicar sus enseñanzas; que se discutiera en las clases sobre ciencia política de nuestras universidades, que la recordasen de manera reiterativa quienes se ocupan de elaborar la llamada opinión pública, y los ciudadanos hiciéramos nuestras esas virtudes que practicaban los atenienses. Otra cosa serían nuestras maltrechas y atribuladas vida social y cultura política.

Notas:

(1) Pericles, "Oración fúnebre", en Popper, Karl R. La sociedad abierta y sus enemigos, Paidós, Barcelona 1994, Pág. 182.
(2) Ibidem, págs. 182 y 193.
Imagen: Busto de Pericles por Cresilas (contemporáneo de Fidias), Circa siglo V a. C. Museo Altes, Berlín.

domingo, 16 de enero de 2011

Virreinato de Nueva España


Nueva España: etapa olvidada de nuestra historia
Por: Federico Zertuche


En su deslumbrante obra Sor Juana Inés de la Cruz o las Trampas de la Fe, al referirse a la Nueva España, Octavio Paz señala que “Aunque los mexicanos estamos preocupados –mejor dicho: obsesionados- por nuestro pasado, no tenemos una idea clara de lo que hemos sido. Y lo que es más grave: no queremos tenerla. Vivimos entre el mito y la negación, deificamos ciertos períodos, olvidamos otros. Esos olvidos son significativos; hay una censura histórica como hay una censura psíquica”.

Y añade Paz: “hay dos versiones populares de la historia de México y en las dos la imagen de Nueva España aparece deformada y disminuida. Naturalmente, esa deformación no es sino la proyección de nuestras deformaciones.”

Efectivamente, la primera de esas versiones se reduce a la representación esquemática de que México nació con la ciudad-estado de los aztecas, México-Tenochtitlán, cuya independencia se perdió cuando “nos invadieron los españoles” (así solemos decir, como si hubiésemos estado ahí y del lado mexica) en el siglo XVI, hasta que la recobramos en1821. Visto así, Nueva España sería un paréntesis histórico, una zona gris en la que apenas ocurrió algo, un período en el que la nación estuvo cautiva por un poder extranjero, ajeno a nosotros.

La otra versión alude a que las raíces de México están en el mundo prehispánico; considera a la etapa novohispana como período de gestación de la nacionalidad; es a partir de la Independencia cuando se logra la consolidación y madurez nacional. Dice Paz que esta versión es más sensata, pero “que ve nuestra historia como una ininterrumpida evolución progresiva; al subrayar con exceso la continuidad del proceso histórico, hace caso omiso de las rupturas y las diferencias.”

La mayor ruptura se dio, desde luego, a partir de la caída de México-Tenochtitlán; al colapsarse el poder político, militar y religioso indígena quedaron en auténtico estado de orfandad millones de individuos y sus comunidades autóctonas; toda su cosmovisión se vino abajo, y sobre esas ruinas –materiales y espirituales- se edificó Nueva España.

No hay pues, una continuidad ininterrumpida, una evolución lineal y progresiva en el proceso histórico de lo que luego sería México, sino que está marcado por rupturas y notorias diferencias en su accidentada conformación. La otra ruptura se da en el tránsito de Nueva España al México independiente, al fracturarse completamente el proyecto criollo novohispano, opuesto a la modernidad.



No obstante, esta segunda ruptura no fue tan abrupta como la primera. Los principales líderes y caudillos de la Independencia fueron criollos, monárquicos y católicos, producto de la cultura de Nueva España, que de pronto se vieron sin rey, ante una metrópoli invadida por las tropas de Napoleón quien impuso a su hermano como monarca de España.



Hernán Cortés
Entre Nueva España y México independiente hay más afinidades que entre ambos y las sociedades prehispánicas. En todos los órdenes: en la naturaleza, estructura y organización social, en su lengua y religión, en su cultura y cosmovisión, en su organización política y económica, en sus gustos, usos y costumbres etc., etc. El tipo de relación entre aquellas sociedades con las indígenas es muy similar y parecida a la ocurrida en el pasado que actualmente.



Nueva España y México, con las reservas del caso, son sociedades que participan de valores y principios occidentales, mientras que las indígenas no. La cultura de las primeras tiene un sustrato greco latino y judeocristiano, del que adolecen las indígenas. Así es que contrario al discurso de la historia oficial, hay más similitudes y afinidades entre México y Nueva España, que con las sociedades prehispánicas.



Catedral de Oaxaca
Si adicionalmente, reparamos en el hecho de que Nueva España duró poco más de 300 años, que la nación mexicana consumó su Independencia en 1821, entonces México tiene apenas 190 años como tal. Mientras que la ciudad-estado Tenochtitlán fundada alrededor de 1321 se colapsó en 1521, es decir duró 200 años. Habrá, pues, que considerar con mayor atención aquélla importante etapa de nuestra historia tan olvidada, ignorada y menospreciada. México no es lo que es actualmente sin la concurrencia de Nueva España.



Afortunadamente, de un tiempo a acá una pléyade de historiadores e intelectuales mexicanos han reparado en esa asignatura pendiente y puesto manos a la obra a fin de recuperar con rigor histórico, sin mediar prejuicios ideológicos, de revalorar, reinterpretar, y poner en su justa dimensión los principales hechos ocurridos entonces, a sus protagonistas, las realizaciones de toda índole y recrear, validos de las técnicas, métodos y análisis historiográficos contemporáneos la vida económica, social, religiosa, cultural y política ocurrida en aquel vasto territorio y a sus habitantes: nuestros antepasados.



Interior de la Catedral de México
Más que una colonia, como comúnmente se designa, Nueva España fue un reino con derechos y deberes semejantes a los demás que integraban el Imperio español. Por tal motivo, cuando Napoleón destronó a Fernando VII, se adujo razonadamente que el pueblo había recobrado su soberanía, ya que el Virreinato debía fidelidad no a España sino a la corona, al monarca español.



En tal sentido, Nueva España fue un régimen patrimonial: pertenecía al monarca, su gobierno estaba concebido como una extensión de la casa real, y se ejercía mediante la dominación de unos pocos, por lo general españoles peninsulares nombrados por el rey. Por ello, la polémica que iba a primar durante toda su etapa, entre españoles (peyorativamente designados gachupines) y criollos, fue una consecuencia natural de tal patrimonialismo. Los criollos se sentían excluidos de las posiciones clave del poder. Como sabemos, la sociedad novohispana estaba rígida y jerárquicamente estratificada en cuya cúspide primaban los españoles, luego los criollos, más abajo los indios y finalmente los castas, es decir, las distintas variantes de mezclas raciales: entre indios y blancos, indios y negros, mulatos con indios, negros con blancos, mestizos con negros, etc.



Castas. Mestizo
Los españoles peninsulares, que ocupaban los principales cargos públicos y eclesiásticos constituían una minoría absoluta, luego los criollos (hijos de españoles nacidos en Nueva España), no se sentían españoles ni indios, aunque sí se identificaban con España y eran fieles vasallos del rey; más abajo los indios, conquistados, discriminados y explotados por aquellos; y finalmente, los castas, es decir, las distintas variantes de mestizos, despreciados por blancos e indios, se sentían completamente fuera de lugar: una anomalía. El mestizo arquetípicamente representado por el hijo de la chingada, aquel producto de la violación de la madre indígena por el padre español.



La composición de la sociedad, tal como la calculó Alexander von Humboldt a principios del siglo XIX es una buena referencia para la etapa que nos ocupa:



Indígenas: 2’500,000



Blancos: Criollos 1’025,000 Europeos 70,000



Negros: 6,100



Castas: 1’231,000
_________
TOTAL: 4’832,100 Habitantes



Virrey don Pedro Moya Contreras
Aunque los virreyes eran también gobernadores y capitanes generales y presidían la Real Audiencia, estaban, sin embargo, limitados en sus atribuciones y jurisdicciones. Duraban poco tiempo en su encargo, no podían llevar a sus hijos, hijas, yernos y nueras a Nueva España, de tal suerte que quedaban como rehenes en la metrópoli. Asimismo estaban sujetos a la institución de los visitadores, cuyos rigurosos procedimientos de inspección eran severos. También se les practicaba el juicio de residencia al término de su mandato que era investigado durante seis meses. En la Real Audiencia, por otra parte, no tenía poder absoluto, sino limitado, pues podía reunirse sin su presencia para tratar de asuntos relacionados con el virrey o con su familia.



Dice Octavio Paz que “la imagen de Nueva España como reino dependiente, patrimonialista, pluralista y acentuadamente mercantilista, en cuyas estructuras económicas convivían el latifundio y el ejido, las corporaciones y los gérmenes capitalistas, es a todas luces insuficiente, La corte, centro y cúspide de la sociedad, hace inteligible esta imagen y le da sentido. La corte no sólo tuvo una influencia decisiva en la vida política y administrativa sino que fue el modelo de la vida social.”



“Teatro de actividades sociales y culturales no menos que de intrigas y decisiones políticas, la corte virreinal fue un centro de irradiación moral, literaria y estética; al influir en las actitudes y maneras de la gente, modificó profundamente la vida social y los destinos individuales. Ejemplo de cortesía, costumbres y moda, la corte rigió las maneras de amar y comer, de velar a los muertos y cortejar a las vivas, de celebrar los natalicios y llorar las ausencias”.



Sor Juana Inés de la Cruz
Es en la corte donde transcurre la vida y surge la obra de la más notable e inteligente escritora (incluyendo escritores) de Nueva España: sor Juana Inés de la Cruz.



El otro poder omnipresente en Nueva España es la Iglesia, encarnado por los obispos y arzobispos que en ocasiones fungieron también como virreyes, por las órdenes mendicantes, al principio franciscanos, dominicos, agustinos y seglares y luego jesuitas que con el tiempo dominaron la escena principalmente en los siglos XVII y XVIII hasta su expulsión de todos los dominios de la corona española en 1767 por decreto de Carlos III.



En todo caso, la obra de la Iglesia y sus sacerdotes en Nueva España fue monumental en todos los ordenes. Primero la evangelización masiva de los indios y su incorporación a la civilización emergente, al cuidado de las ordenes mendicantes, a través de conventos, templos, misiones y parroquias que edificaron a lo largo y ancho del enorme territorio conforme lo iban colonizando y ampliando, llegando hasta Texas, Nuevo México, la Baja y la Alta California, Guatemala y Honduras, y así hasta las Filipinas.
Alrededor de las parroquias y misiones, con sus santos patrones o vírgenes votivas, giraba la vida comunitaria, en donde se levantaron escuelas y talleres de artes y oficios, hospitales y enfermerías, haciendas agrícolas, ganaderas y pecuarias, donde se practicaba la apicultura, la viticultura, panadería, tortillerías, elaboración de prendas de vestir, de instrumentos agrícolas o musicales y muchas labores más.



Antiguo Colegio de San Ildefonso
La Universidad, los colegios y seminarios estaban también a cargo de la Iglesia y sus órdenes, hasta que en los siglos XVII y XVIII tomara la batuta la Compañía de Jesús, principal promotora, por un lado del culto guadalupano, y por el otro del barroco como parte de sus políticas en Nueva España. Para entonces, su expansión era casi mundial llegando hasta China, Japón y las Filipinas; tenía grandes propiedades y poder financiero, contaba con su propia flota marítima y hasta escuelas de navegación, amén de universidades y colegios.
Por cierto, una de las más importantes creaciones de Nueva España, quizá la mayor, fue el culto a la virgen de Guadalupe, obra sincrética que absorbe a la diosa azteca Tonantzin y la Guadalupe de Extremadura; ideación de criollos ilustrados como Sigüenza y Góngora, el padre Miguel Sánchez, Alba Ixtlixóchitl, Servando Teresa de Mier, Clavijero, entre otros muchos, impulsada con el fin de exaltar la identidad novohispana y lograr una emancipación espiritual frente a España, cuya culminación ha sido el paradigma y símbolo integrador de la nación mexicana tanto para criollos, indios y mestizos. Tan ha sido así, que el padre de la Paria usó como estandarte del movimiento de Independencia la imagen guadalupana.



Nueva España tuvo un notable auge económico durante los antedichos siglos gracias sobre todo a las ricas explotaciones mineras de plata y oro, como también a la estabilidad vivida que permitió que florecieran las haciendas, el comercio y demás negocios. Tal bonanza se vio reflejada en los suntuosos palacios, iglesias, conventos, edificios y grandes obras civiles y militares así como en mansiones de ciudades bien trazadas y urbanizadas como México, “la ciudad de los palacios”, o Puebla de los Ángeles que entonces era más grande y rica que Lima, Quito o Bogotá.



Plaza Manuel Tolsá
En las artes, ciencias e historia y teología (considerada entonces la madre de las ciencias), destacaron notables figuras encabezadas por sor Juana Inés de la Cruz, fray Bernardino de Sahagún, Juan Ruiz de Alarcón, el sabio don Carlos de Sigüenza y Góngora, el historiador Francisco Javier Clavijero, don Fernando de Alba Ixtlixóchitl, el poeta Bernardo de Balbuena, el músico Manuel de Sumaya, los pintores y escultores Manuel Tolsá y Miguel Cabrera, y un sin número más de insignes letrados y artistas que legaron una monumental obra.



La Audiencia de Manila que dependía de Nueva España, y su comercio ultramarino se administró desde México. La Nao de China o de Filipinas, surcaba desde Acapulco y retornaba a este puerto luego de su travesía por el Pacífico hasta Manila, cargada de ricas mercancías y pasajeros entre ambos extremos geográficos.



Por el otro litoral, multitud de barcos partían de Veracruz, casi siempre en convoyes para defenderse de piratas ingleses y corsarios franceses, haciendo escala en La Habana y cruzando el Atlántico hasta Cádiz y viceversa, cargados de mercancías, plata y pasajeros.



El virreinato de Nueva España, fundado oficialmente el 17 de abril de 1535, cuya capital fue la ciudad de México comprendía las siguientes jurisdicciones:



Virrey don Luis de Velasco
I.- Audiencia de Santo Domingo. (Actual República Dominicana).
Capital: Ciudad de Santo Domingo.



1) Gobierno y Capitanía General de la Isla Española.
Capital: Ciudad de Santo Domingo.
2) Gobierno y Capitanía General de Cuba.
Capital: Santiago de Cuba hasta 1607.
San Cristóbal de la Habana desde 1607.
3) Gobierno de Puerto Rico.
Capital: San Juan de Puerto Rico.
4) Gobierno de Florida.
Capital: San Agustín de la Florida.



II.- Audiencia de México.
Capital: Ciudad de México.



1) Gobierno y Capitanía General de Nueva España.
Capital: Ciudad de México.
2) Gobierno y Capitanía General de Yucatán.
Capital: Mérida.



III. Audiencia de los Confines o Guatemala.
Capital: Gracias a Dios, desde 1543.
Santiago de los Caballeros de Guatemala, desde 1550.



1) Gobierno y Capitanía General de Guatemala.
Capital: Santiago de los Caballeros.
2) Gobierno de Honduras.
Capital: Valladolid de Comayagua.
3) Gobierno de Nicaragua.
Capital: León de Nicaragua.
4) Gobierno de Costa Rica.
Capital: Cartago.
5) Gobierno de Soconusco.
Capital: Huehuetlan.



IV.- Audiencia de Guadalajara.
Capital: Guadalajara.



1) Gobierno y Capitanía General de Nueva Galicia.
Capital: Guadalajara.
2) Gobierno y Capitanía General de Nueva Vizcaya.
Capital: Guadiana o Durango.
3) Gobierno y Capitanía General del Nuevo Reino de León.
Capital: Monterrey.
4) Gobierno de Nuevo México.
Capital: Santa Fe.
5) Gobierno de Coahuila.
Capital: Santiago de Monclova.



V.- Audiencia de Manila.
Capital: Manila.



1) Gobierno y Capitanía General de las Islas Filipinas.
Capital: Manila.


Relación cronológica de los Virreyes de Nueva España 1535-1821



1º Antonio de Mendoza y Pacheco


Virrey don Antonio de Mendoza
Marqués de Mondéjar, conde de Tendilla y Virrey del Perú.

14 de noviembre de 1535 a 25 de noviembre de 1550.


2º Luis de Velasco y Ruiz de Alarcón


Virrey de Navarra y conde de Santiago.


25 de noviembre de 1550 a 31 de julio de 1564.


Nombrados por Felipe II de España (Casa de Austria)


3º Gastón de Peralta, Marqués de Falces, conde de Santisteban de Lerín y gobernador de Navarra. 19 de octubre de 1566 a 14 de abril de 1568.


4º Martín Enríquez de Almansa, Virrey del Perú. 5 de noviembre de 1568 a 4 de octubre de 1580.


5º Lorenzo Suárez de Mendoza, 4º Conde de Coruña. 4 de octubre de 1580 a 19 de junio de 1583.


6º Pedro Moya de Contreras, Arzobispo de México, Inquisidor y visitador de Nueva España,y presidente del Consejo de Indias. 25 de septiembre de 1584 a 17 de noviembre de 1585.


7º Álvaro Manrique de Zúñiga, 1º Marqués de Villamanrique. 8 de noviembre de 1585 a 25 de enero de 1590.


8º Luis de Velasco y Castilla (primera vez), Marqués de Salinas del Río Pisuerga y Virrey del Perú. 25 de enero de 1590 a 5 de noviembre de 1595


9º Gaspar de Zúñiga y Acevedo, 5º Conde de Monterrey y Virrey del Perú. 5 de noviembre de 1595 a 26 de octubre de 1603.


Nombrados por Felipe III de España (Casa de Austria)


10º Juan de Mendoza y Luna, 3º Marqués de Montesclaros y Virrey del Perú. 26 de octubre de 1603 a 2 de julio de 1607.


11º Luis de Velasco y Castilla (segunda vez), Marqués de Salinas del Río Pisuerga y Virrey del Perú. 2 de julio de 1607 a 17 de junio de 1611.


12º Fray García Guerra, Arzobispo de México. 17 de junio de 1611 a 22 de febrero de 1612.


13º Diego Fernández de Córdoba, 1º Marqués de Guadalcázar. 18 de octubre de 1612 a 14 de marzo de 1621.


Carlos IV (El Caballito) de Manuel Tolsá
Nombrados por Felipe IV de España (Casa de Austria)


14º Diego Carrillo de Mendoza y Pimentel, Marqués de Gelves y conde de Priego. 8 de abril de 1622 a 15 de enero de 1624.


15º Rodrigo Pacheco y Osorio, 3º Marqués de Cerralbo. 3 de noviembre de 1624 a 16 de septiembre de 1635.


16º Lope Díez de Aux de Armendáriz, 1º Marqués de Cadreyta. 16 de septiembre de 1635 a28 de agosto de 1640.


17º Diego López de Pacheco, Duque de Escalona, marqués de Villena, conde de Xiquena y Grande de España. 28 de agosto de 1640 a 9 de junio de 1642.


18º Juan de Palafox y Mendoza, Obispo de la Puebla de los Ángeles y de Osma, visitador de Nueva España. 10 de junio de 1642 a 23 de noviembre de 1642.


19º García Sarmiento de Sotomayor, 2º Conde de Salvatierra y Virrey del Perú. 23 de noviembre de 1642 a 13 de mayo de 1648.


20º Marcos de Torres y Rueda, Obispo de Yucatán (con título de gobernador de Nueva España). 13 de mayo de 1648 a 22 de abril de 1649.


21º Luis Enríquez de Guzmán, 9º Conde de Alba de Liste y marqués de Villaflor.


28 de junio de 1650 a 15 de agosto de 1653.


22º Francisco Fernández de la Cueva y Enríquez de Cabrera,


8º Duque de Alburquerque, 6º marqués de Cuéllar, 8º conde de Ledesma y de Huelma, Grande de España y Virrey de Sicilia . 15 de agosto de 1653 a 16 de septiembre de 1660.


23º Juan Francisco de Leyva y de la Cerda, Marqués de Leyva y de La Adrada conde de Baños. 16 de septiembre de 1660 a 29 de junio de 1664.


24º Diego Osorio de Escobar y Llamas, Obispo de la Puebla de los Ángeles. 29 de junio de 1664 a 15 de octubre de 1664.


25º Antonio de Toledo y Salazar, Marqués de Mancera. 15 de octubre de 1664 a 20 de noviembre de 1673.


Nombrados por Carlos II de España (Casa de Austria)


26º Pedro Nuño Colón de Portugal y Castro, Duque de Veragua, marqués de Jamaica y Grande de España. 20 de noviembre de 1673 a 13 de diciembre de 1673.


27º Payo Enríquez de Ribera, Obispo de Guatemala y Arzobispo de México. 13 de diciembre de 1673 a 7 de noviembre de 1680.


28º Tomás Antonio de la Cerda y Aragón, Conde de Paredes y marqués de la Laguna de Camero Viejo. 7 de noviembre de 1680 a 16 de junio de 1686.


29º Melchor Portocarrero Lasso de la Vega, 3º Conde de Monclova y 17º Virrey del Perú. 16 de noviembre de 1686 a 20 de noviembre de 1688.


30º Gaspar de la Cerda Sandoval Silva y Mendoza, Conde de Galve. 20 de noviembre de 1688 a 27 de febrero de 1696.


31º Juan de Ortega y Montañés (primera vez), Arzobispo de México y de Michoacán.


27 de febrero de 1696 a 18 de diciembre de 1696.


32º José Sarmiento y Valladares, Conde de Moctezuma y de Tula de Allende. 18 de diciembre de 1696 a 4 de noviembre de 1701.


Nombrados por Felipe V de España (Casa de Borbón)


33º Juan de Ortega y Montañés (segunda vez) Arzobispo de México y de Michoacán. 4 de noviembre de 1701 a 27 de noviembre de 1702.


34º Francisco Fernández de la Cueva y de la Cueva, 10º Duque de Alburquerque, 8º marqués de Cuéllar y 4º de Cadreyta,10º conde de Ledesma y de Huelma y 6º de la Torre, Grande de España. 27 de noviembre de 1702 a 13 de noviembre de 1710.


35º Fernando de Alencastre Noroña y Silva, Duque de Linares, marqués de Valdefuentes y Virrey de Nápoles y de Cerdeña. 13 de noviembre de 1710 a 16 de julio de 1716.


36º Baltasar de Zúñiga y Guzmán, Duque de Béjar y de Arión, marqués de Valero.


6 de julio de 1716 a 15 de octubre de 1722.


37º Juan de Acuña, Marqués de Casafuerte. 15 de octubre de 1722 a 17 de marzo de 1734.


38º Juan Antonio Vizarrón y Eguiarreta, Arzobispo de México. 17 de marzo de 1734 a 17 de agosto de 1740.


39º Pedro de Castro Figueroa y Salazar, Duque de la Conquista. 17 de agosto de 1740 a 23 de agosto de 1741.


40º Pedro de Cebrián y Agustín, Conde de Fuenclara. 3 de noviembre de 1742 a 9 de julio de 1746.


Palacio de los Azulejos
Nombrados por Fernando VI de España (Casa de Borbón)


41º Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, Conde de Revillagigedo y capitán general de Cuba. 9 de julio de 1746 a 9 de noviembre de 1755.


42º Agustín de Ahumada y Villalón,Marqués de las Amarillas. 10 de noviembre de 1755 a 5 de febrero de 1760.


Nombrados por Carlos III de España (Casa de Borbón)


43º Francisco Cagigal de la Vega, Conde de Revillagigedo. 28 de abril de 1760 a5 de octubre de 1760.


44º Joaquín de Montserrat, Marqués de Cruillas. 5 de octubre de 1760 a 24 de agosto de 1766.


45º Carlos Francisco de Croix, Marqués de Croix. 24 de agosto de 1766 a 22 de septiembre de 1771.


46º Antonio María de Bucareli y Ursúa, 22 de septiembre de 1771 a 9 de abril de 1779.


47º Martín de Mayorga, 23 de agosto de 1779 a 28 de abril de 1783.


48º Matías de Gálvez y Gallardo, 28 de abril de 1783 a 20 de octubre de 1784.


49º Bernardo de Gálvez y Madrid, Gobernador de Luisiana. 17 de junio de 1785 a 30 de noviembre de 1786.


50º Alonso Núñez de Haro y Peralta, Arzobispo de México. 8 de mayo de 1787 de 1789 a 16 de agosto de 1787.


51º Manuel Antonio Flores Maldonado, Virrey de Nueva Granada. 16 de agosto de 1787 a 16 de octubre de 1789.


Plaza Mayor de la ciudad de México 1793
Nombrados por Carlos IV de España (Casa de Borbón)


52º Juan Vicente de Güemes Pacheco y Padilla. 2º Condado de Revillagigedo. 16 de octubre de 1789 a 11 de julio de 1794.


53º Miguel de la Grúa Talamanca, 1º Marqués de Branciforte y Grande de España. 11 de julio de 1794 a 31 de mayo de 1798.


54º Miguel José de Azanza, Duque de Santa Fe. 31 de mayo de 1798 a 29 de abril de 1800.


55º Félix Berenguer de Marquina, 29 de abril de 1800 a 4 de enero de 1803.


56º José de Iturrigaray Aréstegui, 4 de enero de 1803 a 15 de septiembre de 1808.
Nombrados por Fernando VII de España (Casa de Borbón)


57º Pedro de Garibay, 16 de septiembre de 1808 a 19 de julio de 1809.


58º Francisco Javier de Lizana y Beaumont, Obispo de Teruel y Arzobispo de México


19 de julio de 1809 a 8 de mayo de 1810.


59º Francisco Javier Venegas y Saavedra, 1º Marqués de Reunión de Nueva España


14 de septiembre de 1810 a 4 de marzo de 1813.


60º Félix María Calleja y del Rey, 1º Conde de Calderón 4 de marzo de 1813 a 20 de septiembre de 1816.


61º Juan José Ruiz de Apodaca y Eliza, 1º Conde de Venadito, 20 de septiembre de 1816 a 5 de julio de 1821.


62º Pedro Francisco Novella y Azabal, 5 de julio de 1821 a 24 de septiembre de 1821.


63º Juan O'Donojú y O'Ryan, 24 de septiembre de 1821 a 27 de septiembre de 1821.


Obras consultadas:


El Virreinato, José Ignacio Rubio Mañé, cuatro tomos, Fondo de Cultura Económica, México 1983.


Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, Octavio Paz, Fondo de Cultura Económica, México 1985.


Quetzalcóatl y Guadalupe, La formación de la conciencia nacional de México, Jaques Lafaye, Fondo de Cultura Económica, México 1977.


México, El trauma de su historia, Edmundo O’Gorman, Universidad Nacional Autónoma de México, primera edición 1977.