jueves, 27 de mayo de 2010

Luis Carvajal y de la Cueva

Mitos y leyendas sobre el Nuevo Reino de León

Por: Federico Zertuche


Como en cualquier otro lugar, en Monterrey se dicen y reiteran hasta el cansancio durante varias generaciones una serie de aseveraciones gratuitas que se tienen como hechos históricos ciertos de tanto repetirse de boca en boca, cuando efectivamente no lo son, sino a lo mucho leyendas, si hemos de atenernos justamente a la Historia.

Desde mi niñez hasta nuestros días, escucho afirmar que la mayoría de los primeros pobladores de Monterrey, de quienes descendemos los oriundos de estas tierras, eran judíos conversos aunque practicantes en la intimidad, sefarditas cripto-judíos; y que de ahí derivan algunas costumbres, hábitos y actitudes característicos, como el trabajo emprendedor y habilidad empresarial, ser ahorrativos y no dispendiosos, el gusto por los panes llamados semitas y el cabrito al pastor, tener una higuera en casa y otras ocurrencias como aquella que el apellido Sada es judío, cuando se trata de un antiguo linaje español con escudo de armas, cristiano viejo, afincado en la villa de Sos, del reino de Aragón, documentado desde el siglo XII.

El caso de don Luis Carvajal y de la Cueva, primer gobernador del Nuevo Reino de León, y de su familia colateral –pues no tuvo hijos y su esposa había desaparecido antes de venir a Nueva España, en circunstancias poco claras-, es emblemático al respecto. De las “tres fundaciones” de Monterrey, Carvajal fue responsable de la segunda: la de la villa de San Luis Rey de Francia ocurrida en 1582, y que dicho sea de paso fue efímera, sin mayor trascendencia, con más pena que gloria terminó despoblada en 1587 como el resto del Nuevo Reino.


Efectivamente, Carvajal y varios miembros de su familia, de origen sefardita, fueron juzgados, sentenciados y condenados por el Santo Oficio de la Inquisición de la Nueva España, acusados de practicar el judaísmo, algunos de sus parientes fueron quemados vivos en el auto de fe del 8 de diciembre de 1596, mientras que el propio don Luis sólo fue sentenciado a destierro de las Indias “por tiempo y espacio de seis años precisos”, muriendo de enfermedad en la cárcel esperando su destierro, alrededor de octubre de 1590.

La especie difundida acerca de los judaizantes y el origen sefardita de los primeros pobladores del Nuevo Reino de León, surge efectivamente del hecho histórico de esa segunda fundación por Carvajal y de la Cueva, pero como se ha dicho la provincia quedó completamente despoblada y los “Carvajales”, es decir la familia colateral, la mayoría no llegó a vivir en esta provincia, otros fueron quemados por la Inquisición, y los demás desaparecieron completamente de la región para nunca más volver.

La “leyenda” proviene, más bien, de una manipulación histórica iniciada por don Vicente Rivapalacio a raíz de la publicación en el Libro Rojo de su artículo “La familia Carvajal”, además de referencias a la “judería” en el Nuevo Reino de León en México a través de los Siglos, donde dice que como consecuencia de las Capitulaciones para la conquista y colonización, el monarca español concedió a Carvajal el derecho de conducir a la provincia hasta cien pobladores que saldrían de España sin necesidad de probar que eran cristianos viejos y no de linaje de judíos o moros recién convertidos. Señala que éste sacó de España a muchas personas de su familia, casi todos judaizantes, que observaban las leyes de Moisés y practicaban los ritos y ceremonias de los judíos.

Luego, otros autores tomaron como ciertos esos datos, aumentándolos y exagerándolos, hasta que en 1933 el historiador coahuilense Vito Alessio Robles publicó un artículo sobre tales bases, en varios periódicos titulado “La judería en Monterrey”, que más que todo semeja una idílica y fantasiosa reconstrucción histórica sobre los orígenes sefarditas de Monterrey como si tuviese consecuencias decisivas hasta el presente.

A efecto de despejar confusiones y malos entendidos, es pertinente hacer un

recuento histórico de los episodios protagonizados por don Luis Carvajal y de la Cueva alrededor de y en el Nuevo Reino de León, del cual fue su primer gobernador, y así poder verificar y calibrar el asunto y los alcances de la llamada “ judería” en esta provincia. Para ello me apoyaré en el voluminoso, prolijo y excelentemente documentado libro del maestro don Eugenio del Hoyo Historia del Nuevo Reino de León 1577-1723 (1), considerado por historiadores profesionales como uno de los más profundos, sistemáticos, exactos y veraces estudios en su género.

Don Luis Carvajal y de la Cueva nació en un pequeño pueblo llamado Mogadouro de la provincia de Trás-os-Montes del reino de Portugal, alrededor de 1539, siendo sus padres Gaspar de Carvajal y Catalina de León. Y según propio testimonio en su proceso inquisitorial: “…y allí se crió yendo a la escuela hasta edad de ocho años, que fue con su padre a Sahagún a ver al abad que era su deudo (1547) y también a Salamanca a servir a su padre que estaba enfermo, y luego murió su padre en Benavente (1548) y el dicho Duarte de León (su tío materno) que vino allí, lo llevó a Lisboa, de donde lo envió, luego de tres meses allí, a Cabo Verde (1549), en cuya isla estuvo trece años…y, a cabo de ellos (1562), vino a Lisboa, y de allí a Sevilla, donde se casó (1564) con la dicha doña Guiomar de Rivera, su mujer, con quien vivió casado como dos años y, habiéndose perdido en una contratación de trigo, vino a esta Nueva España" (1567).

Permaneció dos Luis diez años en la Nueva España, principalmente en Pánuco dedicado a la ganadería en una hacienda que compró. Luego, con recomendaciones del virrey don Martín Enríquez a quien sirvió en diversas encomiendas, parte a España donde luego de varios meses obtiene del rey las Capitulaciones por las que es nombrado gobernador y capitán general del Nuevo Reino de León por sus días y un heredero cual nombrase, el 31 de mayo de 1579.

Es importante destacar que el tío materno que lo recogió luego de la muerte de su padre, lo educó y dio formación, Duarte de León, se dedicaba a la “trata” de esclavos en Cabo Verde en la época en que Luis vivió ahí sus años formativos; y otro tío, Francisco Jorge de Andrada, hizo lo propio en Guinea, de tal manera que creció en este ambiente esclavista de su parientes cercanos, oficio que luego él mismo practicaría en la Nueva España.

Relata Eugenio del Hoyo, y sustenta documentalmente su dicho, que: “Era don Luis hombre de fuertes pasiones, arrebatado y violento en la ira y remiso en el perdón. En sus últimos años, tal vez frente al fracaso de su empresa, padecía delirio de persecución y delirio de grandeza. Don Luis fue un mitómano, que, (…) amplificaba en su imaginación todos los hechos, creaba espejismos y agrandaba los títulos, exaltando su persona; de un simple criado de su tío Duarte de León hacia ‘un tesorero y contador del rey de Portugal’, y de un obscuro mercader de vinos, hizo surgir un ‘almirante de las flotas del rey de las Españas’.” (2)

Es interesante y hasta divertido la manera en que el agudo y perspicaz historiador que es don Eugenio del Hoyo, contrasta múltiples testimonios de Carvajal con documentos fehacientes de la época y pone en evidencia multitud de mentiras, exageraciones, fanfarronadas, fantasías y engaños que inventaba Carvajal ya por egocentrismo o para ocultar sus desmanes y delitos.

Señala don Eugenio varias “transacciones” de esclavos realizadas por don Luis durante y después de su primera estadía en la Nueva España, tanto en Pánuco cuando fungía como alcalde ordinario de la villa de Tampico cuando compró como esclavos numerosos prisioneros cuachichiles (indígenas) que le vendió Juan Torres de Lagunas (1569). Luego en 1573, cuando conoció a Diego de Montemayor (quien luego fuera “tercer fundador” de Monterrey), en la minas de Mazapil, Carvajal hizo varios viajes ahí para vender esclavos para trabajar en las minas, obtenidos por “cacerías” de indios nómadas y hasta de un mercado encubierto con presencia de las autoridades, donde se vendían en pública subasta.



Monumento alusivo a la fundación de Monterrey con estatua a don Diego de Montemayor.

Al respecto puntualiza del Hoyo: “Siempre nos ha parecido misterioso el ‘casual’ encuentro de Carvajal y Montemayor en las minas de San Gregorio (luego Cerralvo, N.L.), así como la facilidad con que Carvajal logró convencer a Diego de Montemayor y a Alberto del Canto para que, traicionando al gobierno de la Nueva Vizcaya a quien servían, se pasasen a sus filas y le entregasen la jurisdicción.” (3)

Aparte de estas correrías como esclavista, don Luis desempeñó en la provincia de Pánuco varios cargos gubernamentales, como quedó dicho fue alcalde de Tampico, también corregidor de Huajutla y de Tamaolipa, capitán de la Huasteca y juez de comisión en Pánuco. Luego de lo cual pasó a la ciudad de México a dar cuenta de sus comisiones al virrey, don Martín de Enríquez, a quien envolvió “con su natural labia, con su extraordinaria facilidad de mentir y con su imaginación amplificadora, logró convencer al virrey de sus muchos méritos y servicios, de su gran ascendiente sobre los indios y, lo único cierto, de su conocimiento de la región situada al norte de la Huasteca. Sólo así se explica la elogiosa recomendación que hace de él don Martín Enríquez en las instrucciones que dejó a su sucesor el conde la Coruña en 1580. (…) ¡Muy pronto el conde de la Coruña iba a convencerse de lo inmerecido que era la recomendación del marqués de Villamanrique!”(4)

En febrero de 1578 Carvajal se embarca en Veracruz rumbo a España, pasó en Madrid diez meses tratando el negocio que le había llevado: “El 31 de mayo de 1579 firmó capitulaciones con la corona, como gobernador y capitán general del Nuevo Reino de León. Salió de España (…) en una urca de su propiedad, llamada Santa Catalina, en conserva de la flota del general Francisco de Luján, en la que vino también el Conde de la Coruña.” (5)

Aquí es oportuno aclarar que en el capítulo 9 de las Capitulaciones con la corona se estipula que: “Item, os obligais de llevar a aquella provincia, a vuestra costa, hasta cien hombres, los sesenta de ellos, labradores casados, con sus mujeres e hijos, y los demás soldados y oficiales (artesanos) para la dicha población…” Señala del Hoyo que Carvajal no cumplió con los requisitos establecidos por la Casa de Contratación de Sevilla y eludió las investigaciones sobre la limpieza de sangre de las personas que vinieron en su urca, de las que casi la totalidad eran judíos de origen portugués, entre ellos a muchos de sus parientes.

Y añade: “Carvajal aprovechó las circunstancias para lucrar: los supuestos colonos sólo fueron pasajeros que pagaron un alto precio por el pasaje ‘por ser de los prohibidos para pasar a las Indias’. Hacemos esta rotunda afirmación por constar en documentos fehacientes, que de las personas que vinieron en la urca de Carvajal, fueron muy pocas las que pasaron al Nuevo Reino y que ninguna pobló allí. Las más, después de una corta permanencia en Pánuco, se fueron metiendo por la Nueva España.” (6)

Así pues, la aseveración de Rivapalacio de que el monarca español le dispensó a Carvajal cumplir los requisitos sobre limpieza de sangre para los colonos que trajese es falsa. Asimismo, como ha quedado dicho, la mayoría de la gente que reclutó (sefarditas portugueses) y trajo en su urca, nunca llegó al Nuevo Reino para poblarlo y colonizarlo acorde a las capitulaciones, sino que fueron traídos como simples pasajeros que pagaron altas sumas por el traslado subrepticio a la Nueva España.

Adicionalmente, las Capitulaciones le comprometían a pacificar a su costa a los pueblos indígenas de Tampasquín, Tomotela, Tamapache y otros. En lugar de ello, Carvajal los redujo a esclavitud y los repartió entre sus soldados como botín o paga, contraviniendo lo pactado y lo ordenado por el virrey. Quebrando la palabra de paz dada a los indios, procedió de manera cruel y odiosa: “Apartó a los maridos de sus mujeres y a las mujeres de sus maridos, sin conmoverse por el amargo llanto que la separación les causaba; y aún más, quitó los hijos a las madres, oyendo impasible a unos y a otras llenar con sus alaridos de dolor el campo” (7)

En todo caso, su entrada al Nuevo Reino de León ya como gobernador debió haber ocurrido a mediados de 1582, ya para entonces tenía como subordinados a Alberto del Canto y a Diego de Montemayor quien se había ido a esconder a las minas de San Gregorio (Cerralvo), huyendo de la justicia por haber dado muerte a su mujer.

Desde entonces, hasta 1584, Carvajal simulaba hacer fundaciones para dar cumplimiento a las Capitulaciones, así levantaba cuatro o cinco casas de palos y palmas, a las que les ponía nombre de villa, hacía nombramientos de justicia y regidores, estaba quince o veinte días en cada sitio, lo desamparaba para luego ir a otro y hacer lo propio, cuando en realidad lo que si se dedicaba era traficar con esclavos para incrementar su fortuna.

Ya para entonces, la real Audiencia de México estaba enterada de sus desmanes y hacia 1583 el fiscal había iniciado un proceso en su contra por las crueldades en la guerra de Tamapache y, sobre todo, por dedicarse al tráfico de esclavos faltando a las Capitulaciones y contraviniendo la prohibición expresa del virrey. En realidad éstos fueron los principales motivos del enjuiciamiento y caída en desgracia de Carvajal, no tanto la cuestión judía que vino luego y fue superviniente.

En efecto, un incidente ocurrido con su sobrina, doña Isabel Rodríguez de Andrada, fue la causa que originó el involucramiento del Santo Oficio de la Inquisición, las investigaciones, el proceso inquisitorial y el posterior auto de fe contra los parientes condenados.

Según ello, doña Guiomar de Rivera, esposa de Carvajal, le había encargado encarecidamente a su sobrina Isabel, para que persuadiese a su esposo de guardar la “la ley vieja de Moisén”, y que no se lo dijese sino hasta después de haber llegado a las Indias, “y le dijo que ella (doña Guiomar) no osaba decirle nada de aquella porque temía que la matara, y que aguardase oportunidad de desgracia, o suceso malo para decírselo, y que como ella (doña Isabel) lo vio andar aflijido con necesidades y en desgracia del virrey, (…), parecióle buena coyuntura; que a solas lo llamó una tarde, y lo metió en un aposento, diciéndole… que le quería pedir una merced muy grande…y le fue diciendo lo que le había dicho doña Guiomar… que al oírlo… él se alborotó demasiado tirándose las barbas, y jurando a Dios que la matara allí luego y le metiera una espada por el cuerpo, si no pensara quemarla en vivas llamas de fuego… (…) se puso como un león de bravo, estaba echo un moro de enojo, la echó el dicho gobernador de allí con mucha furia, estaba hecho un demonio, que él propio la había de matar con un bocado.” (8)

Ese incidente fue la causa para que cinco años más tarde don Luis y sus parientes fuesen procesados por la Inquisición, aunque es importante destacar que ya para entonces Carvajal estaba en la mira de las autoridades civiles por todos los atropellos y delitos por éste cometidos contra las Capitulaciones, las leyes y contravenciones a las recomendaciones virreinales, por eso se iniciaron los procesos civiles en su contra.

A fines de 1586 Carvajal fue a México llamado por el virrey quien le señaló la ciudad por cárcel mientras se llevaba a cabo el proceso. Mientras tanto, don Luis había dejado a su sobrino, Luis de Carvajal el Mozo, como lugarteniente, pues se había dictado una suspensión contra Diego de Montemayor. Luego que unos indios robaran un caballo en una ranchería, Carvajal el Mozo procedió a castigarlos matando a algunos y esclavizando a otros, lo que provocó un alzamiento de los indios de la comarca. Éste logró escapar yéndose a México, y al poco tiempo se despoblaron la ciudad de León, las villa de la Cueva y de San Luis, quedando el Nuevo Reino totalmente despoblado hacia marzo de 1587.

Al enterarse por su sobrino de las malas noticias del Nuevo Reino, Luis Carvajal abandonó secretamente la ciudad de México, desobedeciendo las órdenes del virrey y salió en franca huída hacia su gobernación. Una de las últimas tropelías de Carvajal consistió en haber enviado a la villa de los Valles a Cristóbal de Heredia para vender ahí a cien indios que había sacado de tierra adentro, y para que se apoderase en su nombre de dicha villa que no estaba en su jurisdicción. Esta fue la gota de agua que colmó la paciencia del virrey marqués de Villamanrique, quien ordenó su persecución y arresto.

Hacia enero de 1589, Carvajal ya estaba preso en la cárcel de la corte, permaneciendo ahí hasta abril, en que fue trasladado a las cárceles secretas de la Inquisición, bajo el cargo de judaizante.

Dice el historiador don Eugenio del Hoyo que “Las causas de la caída de Carvajal resultan mucho muy claras. En primer lugar, su constante desobediencia a las disposiciones que prohibían hacer esclavos a los indios; segundo, el no haber cumplido, en diez años, con ninguno de los puntos de sus ‘Capitulaciones’; tercero, la mañosa interpretación que dio a éstos invadiendo, en forma violenta, jurisdicciones de los otros reinos; y, en último término, su actitud de reto constante a la autoridad del virrey impidiéndole llevar a cabo, en forma total, su política pacificadora y de libertad del indio. Por otra parte, la empresa estaba completamente fracasada. El Nuevo Reino quedó despoblado totalmente.” (9)

Así pues, ha quedado despejado el asunto de la judería en el Nuevo Reino de
Don Gaspar de Zúñiga y Acevedo, V conde
de Monterrey y virrey de Nueva España.
León, limitándose a lo descrito. Luego de estos sucesos, desaparecieron por completo los muy pocos sefarditas que llegaron con Carvajal, e incluso el Nuevo Reino de León quedó despoblado de cualquier alma hasta 1596, cuando Diego de Montemayor, el antiguo lugarteniente de Carvajal, fundara la ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey, bautizada así en honor del reciente virrey don Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey.

Es de suponer, que luego de los dramáticos sucesos ocurridos, tanto las autoridades virreinales como Diego de Montemayor se cuidaron en extremo para evitar que se afincara en el Nuevo Reino de León nadie sobre quien se pudiese tener la mínima sospecha de ser sefardita o converso.


Notas bibliográficas

(1) del Hoyo, Eugenio, Historia del Nuevo Reino de León 1577-1723, Fondo Editorial Nuevo León, Tecnológico de Monterrey, Monterrey, N.L, 2005.
(2) del Hoyo, Eugenio, Ibidem, pág. 104.
(3) Opus Cit., pág. 109.
(4) Opus Cit., pág. 110.
(5) Ibidem, pág. 111.
(6) Opus Cit., pág. 115.
(7) Ibidem, pág. 116.
(8) Opus Cit., págs. 121 y 122.
(9) Ibidem, pág. 133.

domingo, 23 de mayo de 2010

Los media

Poder político y medios de comunicación
Por: Federico Zertuche


¿Cuarto poder?
Si nos referimos al poder como capacidad de influir en las actitudes y conductas de los hombres, en sus creencias, opiniones y valores, es posible afirmar que los medios de comunicación –los media- ocupan en la actualidad y en el futuro previsible no el cuarto sino el primer poder.

Aquel eufemismo acerca del cuarto poder tendrá que ser revalorado, de manera similar a los rankings que periódicamente elabora la revista Forbes sobre las más grandes empresas, corporaciones y fortunas personales de los hombres más ricos del planeta.

En efecto, a partir del tremendo auge de la televisión que la ha situado en el primer lugar en tiempo y forma en la globalidad dada su influencia y efectividad, los media han adquirido, para bien y para mal, un inmenso poder de persuasión sobre millones y millones de personas-espectadores de todas las clases sociales sin distinciones económicas, ideológicas, raciales, nacionales, religiosas y culturales.

Es el fenómeno global por excelencia o por deficiencia, según sea visto: Desde las más humildes viviendas en barrios marginales donde campea la pobreza absoluta pero no faltan antenas y el aparato televisor, en aldeas remotas de indios amazónicos o lacandones, en el Himalaya, en Burundi o Camboya, en el Polo Norte o en el Sur, en Manhattan o en El Cairo, en Sao Paulo, Calcuta o Barcelona, la gente está prendida al televisor durante varias horas al día, viendo telenovelas, reality shows, caricaturas, las guerras del Golfo, la caída del Muro de Berlín, noticias, concursos, o el juicio de O. J. Simpson, y forzosamente, multitud de comerciales y propaganda.

Las audiencias masivas que concitan los media, en primer lugar los audiovisuales (televisión), seguida por los auditivos (radio) y finalmente, por los escritos (prensa), desplazan, con mucho, a la convocatoria de políticos, iglesias, gobiernos y artistas del show business, quienes, dicho sea de paso, están inexorablemente involucrados o son parte de los media mismos. ¿Continente y contenido? ¿El medio es el mensaje?

Política y media
En tal sentido, política y media están indisolublemente relacionados, ya sea por amasiato o por matrimonio, pero siempre por conveniencia mutua; turbulento en muchas ocasiones dadas las infidelidades de ambos o por conflictos de intereses que con frecuencia se suscitan por invasión de territorios considerados coto exclusivo. Pero, en todo caso, prevalece tal unión (quizá incestuosa), sin llegar a un no deseado, inconveniente y probablemente desastroso divorcio.

Podrán cambiar los actores de turno, ya sean partidos políticos o líderes individuales; algunos medios desaparecen o mudan de propietarios, lo que no cambia es la relación orgánica e institucional, la ligazón estructural, social y política que une a medios y actores políticos permanece intacta; lo que a fin de cuentas los mantiene unidos y al mismo tiempo separados. Juntos pero no revueltos, como se dice coloquialmente. ¡Bonita, provechosa y hasta odiosa unión dialéctica!

Los unos no quieren ser mal exhibidos ni criticados por los otros, y éstos no quieren ser maniatados o censurados por aquellos. Sin embargo los primeros no pueden promoverse ni difundir sus programas y propaganda sin los segundos, y éstos lo que venden, entre otras cosas, son los chismes, dimes y diretes, acciones y omisiones de los primeros.

De tal manera viven, medran y se aprovechan los unos de los otros. Materia prima (primordial) para los medios son los políticos y la política; vehículo imprescindible para éstos son los media. Y venga de ahí el maridaje, amasiato, concubinato o amistad mal avenida. Relaciones peligrosas, si las hay, devienen de esa indisoluble trabazón.

Los gobiernos han querido librarse de esa incómoda dependencia inventando su propia media: periódicos, televisoras y/o radiodifusoras oficiales, pero ya sabemos la suerte que han corrido: amén de una credibilidad nula frente al público, han sido mediocres, ineficientes e improductivos; por su parte, los media que apuestan abierta y cínicamente a un proyecto, candidato o partido político, pierden también credibilidad, veracidad, independencia y autonomía, por consiguiente, el favor del público; y por añadidura, utilidades, eficacia económica y comercial que les da vida y sustento.

De tal manera que zapatero a tus zapatos: unos confeccionándolos y otros usándolos, calzándolos, pues tan difícil como penoso es andar descalzo e igual no saber leer.

Poder político
Si, por otro lado, entendemos por poder la facultad y jurisdicción para mandar ejecutar una cosa, entonces el Estado y sus órganos –ejecutivo, legislativo y judicial- siguen teniendo la primacía del poder político –el soberano-, entendido en su formulación clásica: aquel sobre el cual no existe ni se sobrepone ningún otro poder; el que está por encima de los demás, quien detenta el monopolio legal y legítimo de la violencia: el Estado y sus operadores de turno, los gobernantes.

En los Estados totalitarios, dictatoriales o abiertamente autoritarios, el poder político centralizado y excluyente ejerce un control monopólico sobre los media que se constituyen en un elemento fundamental para la transmisión y comunicación de propaganda y control político e ideológico sobre la población.

Los ejemplos abundan y hasta parecerían redundantes, aunque nunca está de más recordarlos: los regímenes nazi-fascistas, los comunistas, dictaduras como las de Franco, Pinochet o Castro, en todos los cuales existía una férrea censura y control sobre los media, amén de ser vehículos de manipulación propagandística. En todo caso, la libertad de prensa brillaba por su ausencia.

La prensa libre es uno de los pilares fundamentales de toda democracia. Esta se traduce de diversas maneras: pluralidad de los media, posibilidad real de propiedad privada sobre los mismos, diversidad política, ideológica o cultural, así como el ejercicio de un alto grado de libertad crítica, legalmente garantizada, sobre todo frente al poder público constituido.

En los regímenes democráticos el mayor enemigo de la libertad de prensa es el monopolio de los media. De tal manera que quienes están encargados de hacer cumplir y operar las leyes e instituciones liberales anti monopólicas deberán estar en permanente alerta para evitar y en su caso reprimir dicha tendencia.

El caso de Silvio Berlusconi en Italia ilustra tal peligro: aparte de ser dueño de las principales cadenas televisoras privadas y de tantos otros medios impresos y auditivos, como Primer Ministro controla también los media públicos. Tal concentración de poder político y mediático lo ha convertido en uno de los hombres más poderosos del mundo en un país democrático y capitalista. Por si ello fuera poco, Berlusconi es uno de los hombres más ricos del mundo.

En todo caso, y una vez establecidas las características y diferencias esenciales entre el papel que juegan los media en regímenes totalitarios o dictatoriales y en los democráticos, es necesario subrayar que en cualquier tipo de régimen aquellos ejercen por su naturaleza misma gran influencia sobre las opiniones, actitudes y conductas de la población, es decir, poseen un poder determinante y creciente sobre los seres humanos.

Poder persuasivo
Los medios de comunicación son a su vez medios de persuasión, y como señala Álvaro Rodríguez Carballeira: “Un paso más allá de la persuasión se encuentra el adoctrinamiento o persuasión coercitiva, también llamado de forma metafórica lavado de cerebro.” (1)

Los medios pueden y de hecho utilizan, formas de coerción social y psicológica para persuadir a la audiencia en un determinado sentido. Y no nos referimos a la publicidad, que de suyo busca persuadir, sino a diversas formas de presión grupal, colectivas o institucionales bien sean generadas por los propios media o sólo transmitidas por ellos. En la coerción psicológica de carácter más cognitivo figuran la distorsión de la realidad y de la información mediante la ocultación, la mentira y la desinformación.

“Tanto la ocultación como la alteración de los hechos o datos, nos dice Rodríguez Carballeira, al igual que la selección sesgada o unilateral de los mismos, y el planteamiento reduccionista (sobre todo en su forma de maniqueísmo, señalando al enemigo) son fórmulas de tergiversar la realidad que sirven al mismo sistema manipulador de suplantar la información verdadera por la interesada. Un instrumento clave para ese manejo interesado de la información es, cómo no, la manipulación del lenguaje a través de muy diversas tácticas, entre ellas: preguntas capciosas, generalizaciones infundadas, uso de estereotipos, valoraciones solapadas, énfasis selectivos, planteamientos de elecciones ficticias y reduccionismos diversos.” (2)

Los media: actores políticos
Los media, pues, han derivado en actores políticos de primer orden en tanto que buscan lucrar e influir cuando son independientes, o bien influir cuando dependen del Estado o de algún partido o facción política. Sin embargo, la independencia de algunos medios no es absoluta: depende estructuralmente de su empresa y de la lógica empresarial; en tanto que los otros –ya sean estatales, de iglesias, partidos o sindicatos-, dependen de la lógica estatal, eclesiástica, partidista o sindical. Así que la dependencia o independencia serán siempre relativas.

A su vez, los media son actores de conflictos, si tomamos en cuenta que toda vida social supone conflictos porque es dinámica, es decir, cambiante. No hay en la sociedad humana algo que sea eternamente estable, todo es cambio, y el cambio supone conflicto, pero al mismo tiempo oportunidad de regeneración y reto para resolver racionalmente y controlar los problemas sociales.

El conflicto es creado, mantenido y resuelto mediante el intercambio de mensajes. La comunicación y el conflicto están, por tanto, íntimamente relacionados. Los media son canales institucionalizados a través de los cuales se manifiestan y ventilan los conflictos y, en muchas ocasiones, los media mismos son partícipes interesados de y en conflictos, lo que les confiere un rol político preponderante y decisivo.

Los media son narradores, comentaristas y partícipes de conflictos. Héctor Borrat señala que “La centralidad del conflicto en la consideración del periódico como actor queda ampliamente confirmada. Ella se encuentra en los tres niveles: el periódico relata y comenta hechos noticiables que en su trama básica –A contra B- enfrentan dos o más actores sociales en función de relaciones de poder, participa en algunos conflictos sobre los que informa y experimenta conflictos –habitualmente omitidos en sus temarios- en su propio cuerpo institucional.” (3)

Siguiendo a Borrat y haciendo extensivas sus reflexiones para todos los media, “[…] el periódico tiene que:

- reunir informaciones que recibe de, o busca en, las fuentes;
- excluir, incluir y jerarquizar informaciones sobre hechos, actores, procesos, tendencias e idea de la actualidad;
- construir y jerarquizar los temas que, sobre las bases de las informaciones incluidas, compondrán el temario de la actualidad periodística;
- investigar esos temas mediante la búsqueda, en las misma u otras fuentes, de datos adicionales y mediante la aplicación de conceptos, modelos y teorías;
- narrar y comentar esos temas produciendo textos según los géneros y los estilos periodísticos que decida;
- excluir, incluir y jerarquizar los relatos informativos y los comentarios sobre la actualidad ya producidos para componer, con los incluidos, el temario de la superficie redaccional. (4)

Excluir, incluir y jerarquizar, he aquí uno de los instrumentos más preciados que junto a la periodicidad de los media constituyen y fortalecen sus estrategias como actores políticos. No eres nadie si no sales en la tele, y si sales, a ver cómo te sacan: parecen ser divisas de los políticos y las luminarias de nuestros tiempos. Es impresionante constatar cómo se desviven por una entrevista, un reportaje o para “salir en la foto”, y cómo se atormentan por una mala o adversa cobertura. Huelga mencionar la manera en que los políticos hacen política a través de los media.

Derivada de esa imperiosa necesidad de los políticos por los media, y aunado a los instrumentos que hemos referido en el párrafo anterior, los medios y sus representantes adquieren un papel protagónico de igual jerarquía que aquellos, se convierten en actores políticos también.

Pero sigamos con Borrat: “Al proceso de toma de decisiones por el periódico puede aplicársele analógicamente el concepto de cálculo estratégico, que ha ganado prestigio sobre todo en relaciones internacionales. Actor político, periódico considera a su manera los tres componentes del cálculo estratégico: objetivos, riesgos y recursos. Según los resultados a que se llegue, así serán sus decisiones básicas de excluir, incluir y jerarquizar; según los objetivos que se proponga y los riesgos que estime superables, así serán los recursos que invierta en el diseño y la realización de sus estrategias específicas.

Los objetivos

El periódico persigue dos clases de objetivos:

- los objetivos permanentes que, según su línea política, orientan su estrategia global, y
- los objetivos temporarios, que sirven al logro de los permanentes orientando las estrategias específicas que el periódico diseña ante determinadas situaciones de conflicto.” (5)

Deseo enfatizar que aunque el estudio de Borrat, del que hago largas citas, se refiere al periódico independiente de información general, muchos de sus análisis pueden perfectamente aplicarse al resto de los media. Al propio tiempo, ruego indulgencia al lector por apoyarme in extenso en dicho autor, y ofrecerle una disculpa en virtud del deslumbrante conocimiento, claridad analítica y expositora que sobre el tema exhibe en la obra referida, virtudes de las que adolezco.

Así pues, continuemos con Borrat:

“Los objetivos permanentes y prioritarios del periódico independiente de información general son lucrar e influir. Traducen el tipo de intereses de la editora: intereses empresariales, privados, sectoriales, cualitativamente diferentes del interés ‘público’ o ‘general’ o ‘nacional’ cuya representación el propio periódico se arroga, abusivamente, en sus actuaciones públicas.”

“Estos objetivos le exigen al periódico independiente que acumule beneficios económicos y los acreciente, que influya sobre las autoridades y los miembros del sistema político dentro del cual actúa y, de ser posible, que extienda el lucro y la influencia también fronteras afuera. […] Tienen un nexo indisoluble con el prestigio de que goza el periódico: un periódico será tanto más prestigioso cuanto mayor sea su potencia económica y su capacidad de influencia.”

“Los objetivos temporarios necesitan, en cambio, de una definición expresa, caso por caso. Su duración varía. Algunos se cumplen en un temario único, otros duran lo que una coyuntura de crisis, otros son de larga duración. La referencia a los dos objetivos permanentes proporciona en cada caso el doble criterio para evaluar el logro o el fracaso de esta actuación estratégica específica. Pero es el lucro el que ofrece la medida más rápida y directa: a diferencia de la influencia, el lucro es cuantificable.” (6)

Los riesgos

“Asumir un riesgo, sigue Borrat, es un acto voluntario, una decisión del periódico inseparable de su determinación de los objetivos temporarios y de los recursos que conducen a su resolución.

Hay dos tipos de riesgo bien diferenciados:

- el riesgo positivo, que el periódico corre para ganar algo que no posee, y
- el riesgo negativo, que el periódico corre para conservar algo que su adversario pretende quitarle.

Hay asimismo tres niveles de riesgos:
- el del riesgo menor: perder parte de los recursos económicos o de la capacidad de influencia sin que esté en juego la propia independencia del periódico;
- el del riesgo mayor: perder la independencia o una cuota considerable de ella;
- el del riesgo absoluto: desaparecer.” (7)

Los recursos

“En tanto que instrumentos necesarios para el logro de los objetivos definidos por el periódico, los recursos estratégicos pueden considerarse de diversas maneras. […]

Las capabilities del periódico son básicamente:

- el uso de su influencia y la amenaza que esta influencia configura,
- sus recursos humanos,
- sus recursos económicos,
- sus recursos tecnológicos,
- sus recursos informativos,
- su capacidad productiva,
- su inventiva,
- su aptitud para generar relaciones con otros actores y controlarlas,
- la eficiencia y estabilidad de sus centros de poder empresarial y redaccional,
- el grado de cohesión existente entre los miembros de la empresa, de la dirección y de la redacción,
- la confianza que concita en quienes trabajan para él,
- el compromiso ideológico existente en la jefatura de la empresa, en la dirección del periódico y en la redacción.

Lograr, mantener e incrementar esas capacidades supone un amplísimo arco de actuaciones del periódico, que lo interrelacionan con múltiples sectores de la sociedad.” (8)

He querido extenderme sobre tales características del periódico independiente de información general, que, como he señalado, se pueden aplicar en sus términos a los demás medios, con el fin de esclarecer las relaciones que guardan con la política y los actores políticos. Al analizar el papel, los objetivos, la estructura y lo que en términos amplios se da en llamar la “naturaleza”, en este caso de los media, podremos identificar los vasos comunicantes que establecen las imbricaciones entre unos y otros.

Por último, y una vez esclarecido el papel de los media como actores políticos y sus implicaciones, salta a la vista la necesidad de reglamentar su actividad, como cualquier otra, incluida la de la política y los políticos mismos.

Así que ya es tiempo en México de hablar, discutir, legislar y actuar acerca de las obligaciones jurídicas y morales de los media, incluidos, desde luego, periodistas, locutores, editores, productores, directivos y propietarios. Naturalmente, los propios medios tienen la palabra en algo que les compete directamente, pero también la ciudadanía: los lectores y auditorio a quienes se deben los medios, tanto en su calidad de receptores como consumidores.

En nuestro país se ha formulado un falso dilema, entre otros muchos, que supone que al reglamentar a los medios se les coarta su libertad. Primero que todo, éste cae por su propio peso al suponer que aquellos no son sujetos de derechos y obligaciones como las demás personas físicas y morales, e implica, automáticamente, otorgarles patente de inmunidad e impunidad, libérrima condición por encima y al margen de la ley.

Por otro lado, el poder, tanto el político como el económico y en el caso que nos ocupa el mediático, requiere de manera urgente ser limitado y controlado por la única fórmula legítima y eficaz que es el Derecho, pues de otra manera deviene en despótico e ilimitado. El derecho es general, obligatorio e impersonal, para todos, sin excepciones, ello asegura el bien común al hacer justicia pareja, sin distingo alguno.

Reglamentar a los media
Los derechos de los medios están plenamente garantizados por la ley, no así sus obligaciones, de tal manera que toca ahora determinarlas y reglamentarlas claramente. ¿Cuáles serían? Como propuesta general propongo lo siguiente:

- Comprometerlos de manera expresa con el orden democrático y legal establecido por la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos;
- Prohibir claramente cualquier tendencia o pronunciamiento ideológico o político a través de los medios que propugne el uso de la violencia para la consecución de sus fines;
- Esforzarse por presentar información veraz, lo más completa posible, actual y de calidad, de manera que ofrezca al público a entender, juzgar y evaluar la realidad y para formarse un criterio lo más objetivo posible;
- Diferenciar claramente entre información y opinión;
- Respeto escrupuloso a la vida privada de las personas;
- No difundir rumores, menos aún presentarlos como noticia;
- No imputar conductas delictivas a persona alguna hasta que no sean probadas judicialmente;
- Transmitir noticias comprobadas y cotejadas, absteniéndose de emitir juicios personales;
- En casos de conflictos, presentar y acudir siempre a las partes en litigio. Contrastar al menos dos fuentes divergentes e independientes entre sí;
- Prohibir expresiones vulgares, soeces, obscenas y blasfemas;
- Permitir el derecho de réplica a las personas aludidas en alguna información, oportunamente y en el mismo espacio en que se reprodujo la nota que ha causado inconformidad del aludido;
- Tipificar los delitos de difamación y calumnia cometidos a través de los medios. Señalar sanciones pecuniarias, privación de la libertad e inhabilitación de la profesión a quienes incurran en tales ilícitos; etc., etc.

Por otro lado, sería deseable que cada medio cuente con su propio código de ética que rija sus actividades y al que se sometan los miembros que integren su organización.

En todo caso, los anteriores criterios son sólo un esbozo que bien puede ampliarse o restringirse, acotarse o matizarse, perfeccionarse y, desde luego, discutirse democráticamente, con el fin de que eventualmente se legisle y reglamente sobre la materia, y sea cumplido, no para que quede como letra muerta o mero catálogo de buenas intenciones.

¿Tendrán los políticos el valor suficiente para dar tal paso que limite a sus amadas/odiadas y temidas contrapartes? Y, a su vez, ¿los media serán capaces de prescindir de su arrogancia y prepotencia para estar a la altura de los demás sujetos de derecho y por lo mismo asumir obligaciones y responsabilidades ante la sociedad de la que forman parte? Está por verse.


Notas bibliográficas

(1) Rodríguez Carballeira, Álvaro, Medios de comunicación y ‘lavado de cerebro’, Claves de la Razón Práctica, No. 71, abril 1997, Madrid.
(2) Rodríguez Carballeira, Álvaro, Ibidem.
(3) Borrat, Héctor, El periódico, actor político, Editorial Gustavo Pili, Barcelona 1989, pág. 36.
(4) Borrat, Héctor, Opus cit., págs. 38 y 39.
(5) Borrat, Héctor, Ibidem, pág. 42
(6) Borrat, Héctor, Ibidem, Págs. 42 y 43.
(7) Borrat, Hécto, Ibidem, Pág. 43.
(8) Borrat, Héctor, Opus cit. Págs. 44 y 45

domingo, 16 de mayo de 2010

Paisaje urbano

Tacubaya
Por: Federico Zertuche


Rostros cansados, apagados por la larga y agotadora jornada cumplida, gestos adustos y serios, sin mostrar emoción, máscaras indiferentes e impenetrables entregadas al olvido, al compás del sueño que evocan y del que arrancan retazos.

El chofer yace al lado del tablero rumiando una dormida sobre un pequeño espacio improvisado como asiento, mientras que su ayudante, un temprano adolescente, va cobrando los pasajes y contando el vuelto. Los pasajeros suben con andar cansino y resignación asumida cual sino fatal e ineluctable. Obreros, empleados, asalariados de la indigencia entran, pagan y toman su lugar.

Casi nadie conversa, ni ríe, cada quien se las ve consigo en esa hora que nada tiene de festiva. Son las once y media de la noche de un jueves en la estación del metro Tacubaya, donde convergen varias líneas del tren subterráneo y es asimismo terminal de otros transportes colectivos que en México llaman peseros, micros y camiones.

Agotado el día, abordan cansinamente el último de varios medios de transporte en el diario ir y venir de sus trabajos.

El primer asiento, detrás del conductor, es ocupado por un joven de escasos veinte años que conversa con el ayudante del chofer con la confianza y seguridad de conocerse de tiempo atrás. -Y a ti, que tal te va, estás contento con tu chamba, le dice el adolescente. -Bien, muy bien, estoy contento, le contesta el ayudante del chofer, quien repone: -Y tú, ¿dónde andas? -Ahora estoy en la Pepsi, en la nueva campaña de promoción, bien... pero es una chinga, ando desde las seis y media (de la mañana) y mira que horas son.

Esperan con resignación a que el micro se llene hasta los topes y llegue la hora de arrancar con destino a Cuajimalpa, suburbio a un extremo de la ciudad que exige más de media hora cuando el tráfico ha menguado. Suben mujeres y hombres jóvenes, maduros y viejos que cuentan atentamente las monedas de cambio para luego buscar un asiento donde mitigar fatigas.

Alrededor de la estación, en pasillos, escaleras, accesos y salidas que fueron invadidos en el día por multitud de puestos y tenderos del comercio informal, quedan a esa hora montones de basura, desperdicios, mugre y descomposición indolentemente arrojada por consumidores y comerciantes durante la jornada que fenece. Niños mendigos, andrajosos y olvidados de Dios, deambulan como sonámbulos o hipnotizados a la caza de algún mísero hallazgo que ayude a sobrellevar su infortunio.

Finalmente el micro se ha llenado, el chofer que parecía inconsciente se despabila y toma su lugar que hasta entonces ocupaba el ayudante. Enciende el motor y arranca muy lentamente a la espera de pasajeros de último momento que efectivamente suben de prisa, pagan y se acomodan de pie tomados del oxidado pasamanos.

Cierta uniformidad moldea rostros y gestos de los pasajeros: cansancio, seriedad, resignación, apatía, introspección y afán por cerrar el día con un merecido descanso: el sueño que olvida y repara.

Sumidos en interiores luchas, en recuerdos o apurando olvidos, recuentos de la jornada o cálculos sobre los gastos que aún quedan para el resto de la semana o quincena del próximo y magro salario; imaginando la tardía cena que espera en casa, deseando verse en cama, elucubrando otras formas de sobrevivir o imaginando un mejor porvenir, con perezoso desdén se disponen a ser llevados al inmediato destino.

Quienes van sentados pestañean, cabecean o ensayan un sueño, otros mudos, ensimismados, quizá observando al Cristo sangrante colocado frente a los asientos en medio del parabrisas, aderezado con un tosco rosario a su alrededor y flores de plástico en los costados contenidas por sendos floreros alargados. O viendo al adolescente que funge de ayudante, ataviado con una vieja y raída camiseta estampada con figuras de Micky Mouse, como le vencen sueño y cansancio y empieza a dormitar.

A esa hora ya se esfumaron las legiones de mendigos, de ciegos, tullidos y mutilados, de chulos y locas, improvisados y lastimeros músicos e interminables vendedores ambulantes que pregonan su humilde mercancía durante incesantes recorridos por los vagones abarrotados: vea usted, mire usted, se va a llevar esta oferta, no pague usted tres pesos que le costaría en cualquier lugar, es esta ocasión se la ofrecemos de a peso, sí dos barras de macizo chocolate de a peso, mire usted, vea usted...

Reina un fuerte silencio acompasado por el monótono traqueteo del motor y los chirridos de la vieja y desvencijada carrocería del micro que nos conduce hacia playas de otros mares de sueños.

domingo, 9 de mayo de 2010

Goyescas

Dos caprichos
Por: Federico Zertuche



Una historia Lacaniana

Cuenta la leyenda que luego de asistir al famoso Seminario sobre Lacan en París, impartido en La Sociedad Francesa de Psicoanálisis, Cuco Sánchez compuso La Cama de Piedra, inspirado justamente en el Registro de lo real, de lo imaginario y de lo simbólico, siguiendo al pie de la letra las pautas y cánones más rigorosos del estructuralismo en boga.

Esto le valió una fuerte condena por la Sociedad de Autores y Compositores de México, así como su ulterior expulsión del gremio, debido a las evidentes como procaces alusiones sexuales e incestuosas en la famosa canción. Consideraron como un agravio imperdonable que hicieran el amor en una cama de piedra sin sábanas ni nadie que la limpiara después de cada faena.

Sin embargo, en Francia fue muy bien recibida por la crítica y aclamada en la Academia de Bellas Artes, se sabe que Claude Lévy-Strauss hizo comentarios muy elogiosos sobre la canción e incluso llegó a preguntar a su amigo Octavio Paz algunos pormenores sobre su paisano cantautor, a quien veía como auténtico reflejo del pensamiento salvaje.

A partir de entonces Cuco Sánchez radicalizó su lacanismo a ultranza (se volvió lacónico) hasta componer Anillo de Compromiso como culminación de esa postura. Por ello recibió muchas críticas, fue denostado tanto por izquierdas como por derechas, que lo consideraban reaccionario e inmoral, respectivamente, no obstante, siguió siendo fiel hasta el último suspiro, por eso le llamaron El Último de los Lacónicos, tal y como reza su epitafio.


Origen del Son de la Negra


Es un hecho incontestable que el Son de la Negra fue posterior al Son de la Blanca (dedicado a la Diosa Blanca, y del que da cuenta Robert Graves en una carta inédita a un amigo hippie que tenía en Mallorca), es decir data poco después del año 1800 a. C.

Todo parece indicar que se trata de una melodía pre clásica compuesta en tiempos en que los aqueos, jonios y dóricos aún disputaban territorio griego y luchaban encarnizadamente entre sí, cantada por los bardos de entonces con el objeto de honrar a sus héroes, así pues, inicialmente tuvo un carácter épico.

Se dice que esa tonada y la rima empleada tenían una fuerte influencia minoica aunque es difícil probarlo, pero lo cierto es que ya en Micenas se cantaba acompañada de liras, flautas y tamboriles en la época de Agamenón, de ahí pasó muy pronto a Ítaca, de donde Ulises la llevó a Troya y la utilizó en las serenatas que llevaban a Helena tras las murallas cuando se pactaba una tregua.

Luego se popularizó a la par que Homero compusiera su inmortal poema épico, se cantaba tanto en Tracia como Atenas y más tarde a lo largo del Peleponeso, incluyendo Esparta, aunque aquí con marcado tono marcial. De la Hélade pasó al resto de Europa a través de las colonias griegas situadas alrededor del Mediterráneo, gustó mucho en las ciudades y puertos con los que comerciaba la flota ateniense, hasta llegar a la península Ibérica dominada entonces por los celtas cuyos druidas no tardaron en asimilarla dándole un carácter y función mítico-religioso.

Posteriormente fue adoptada por los trovadores medievales provenzales, catalanes, portugueses y navarros, recreándola acorde a la métrica en boga y adaptándola a las innovaciones polifónicas entonces recién descubiertas. Luego de muchos años que permaneció como favorita en las cortes de Asturias, Aragón, Castilla y de Navarra, fue traída por los primeros misioneros franciscanos a la Nueva España en los albores del s. XVI tomando carta de naturaleza en tierras americanas.

En la Colonia era interpretada en los saraos, festividades públicas y religiosas, se cuenta que a sor Juana Inés de la Cruz le encantaba y la interpretaba con gracia y talento; es en el s. XIX cuando los proto mariachis la incorporaron a su repertorio alterando ligeramente la forma musical (melódica, rítmica y tonal) y renovando la letra como actualmente la conocemos. Esta es una síntesis muy apretada de la historia del Son de la Negra que un amigo mío, reputado musicólogo, filólogo y misántropo por vocación que prefiere el anonimato, me ha referido recientemente.