lunes, 28 de diciembre de 2009

Los Libros de Horas

Los Libros de Horas
Por: Federico Zertuche


Durante la Edad Media, cuando todavía no se conocía en Europa la imprenta de tipos móviles, se produjeron artesanalmente hermosos libros, ejemplares únicos, a fin de proveer a las iglesias, monasterios y conventos de misales, libros de oración, de doctrina y teología, biblias, libretos y partituras para música sacra y coral, entre otros tantos usos.

Había necesidad, además, de conservar y reponer los libros de las bibliotecas, por tanto se copiaban para reproducirlos constantemente; éste trabajo se hacía en los scriptoria (plural de scriptorium) de los monasterios en los que los monjes copiaban e ilustraban a mano los libros que luego se guardaban en armarios.

Hasta el siglo XIV se difunde en Europa la utilización del papel. Este material, menos caro que el pergamino, procedía de China y llegó al Continente a través de la cultura árabe (siglos XI y XII en España). Se utilizó, sobre todo, para las ediciones económicas, mientras que el pergamino seguía usándose para las de lujo.

Aunque Gutenberg realizara sus innovaciones a la imprenta hacia 1440, no es sino hasta fines del s. XV cuando el libro irrumpe en forma de códice impreso tal y como lo conocemos actualmente, es por ello que a los libros impresos antes del 1º de enero de 1501 se les llama incunables.

Entre los libros medievales, destacan los Libros de Horas, que eran hechos ex profeso para una sola persona en un sólo ejemplar, a mano e ilustrados ricamente por pintores artistas-artesanos altamente calificados. Desde luego, sólo los reyes o duques y alta nobleza podían mandarlos a hacer, pues su elaboración requería no sólo de maestría sino de largos meses y aún años de trabajo bajo patronazgo.

Son ejemplares bellísimos, muy apreciados y famosos, pues constituyen excepcionales obras de arte. Por ejemplo, el Libro de Horas de la reina María de Navarra, circa 1339-1340, el Libro de Horas de Ana de Bretaña, circa 1503-1508, el Libro de Horas de Luís de Orleáns, c. 1490, el Libro de Horas del duque Jean de Berry, c. 1409-16, el Libro de Horas de Carlos VIII, c. 1494, por citar algunos.

A partir de la Edad Media el cómputo cronológico del día se dividió acorde a la regla que San Benito (fundador de la orden Benedictina), estableciera al efecto en el siglo VI para iglesias, monasterios y conventos, así surgieron las horas canónicas.

Asimismo, el santo redactó las disposiciones generales (La Regla) más importantes que rigen la vida de monasterios y conventos hasta nuestros días. Las horas servían para marcar los tiempos de oraciones durante el día acorde a los salmos.

Las horas canónicas son las siguientes:
• Maitines: medianoche, las 24:00
• Laudes: las 3:00
• Prima: Primera hora después de salir el sol, aproximadamente las 6:00 de la mañana
• Tercia: Tercera hora después de salir el sol las 9:00
• Sexta: las 12:00
• Nona: las 15:00
• Vísperas: las 18:00
• Completas: las 21:00

Para llevar a cabo las oraciones y plegarias en esas horas canónicas, se idearon los Libros de Horas, tan preciados y valorados como auténticas joyas en su género por monarcas y la alta nobleza. Hubo ilustradores muy famosos como los hermanos Limbourg en el siglo XV, artífices de uno de los libros de Horas más bellos y preciados: el Très Riches Heures du Jean, Duc de Berry, quien fuera tercer hijo de Juan II, El Bueno, rey de Francia (1350-64), una de cuyas copias impresas por George Braziller, Inc., Publishers de Nueva York, por cierto, tengo el placer de poseer.

Esos ilustradores medievales de miniaturas sobre pergamino fueron muy admirados por pintores como el Giotto, los hermanos Van Eyck, Peter Bruegel y Rembrandt, entre otros, al tiempo que aquéllos mismos fueron grandes precursores en su época del desarrollo de la pintura.

La iconografía medieval tiene algo de ingenua a nuestros ojos contemporáneos pero al mismo tiempo es francamente hermosa por su fina elaboración y buen gusto, por su devoción y ausencia de pretensiones, casi todo es dedicado a Dios o a motivos religiosos de una manera poética muy pura y conmovedora.

Algo muy semejante se puede apreciar en la música medieval, particularmente la coral y polifónica de los siglos XIII, XIV y XV, de una belleza y alcances artísticos realmente sorprendentes. Igualmente podemos apreciar en la arquitectura, en especial la románica (s. XI al XIII), cuyas iglesias y monasterios exhalan esa peculiar y profunda espiritualidad. Desde luego la gótica despunta más tarde de manera excepcional y maravillosa.

Finalmente, huelga señalar que los contados libros de Horas aún conservados, obran en importantes bibliotecas y muesos europeos y están catalogados como tesoros nacionales en los respectivos países donde se encuentran.

Las imágenes que reproducimos son algunos ejemplos de páginas tomadas de las obras que se señalan a continuación siguiendo, aproximadamente, el orden de esta lista:

Très Riches Heures du Jean, Duc de Berry, circa 1409-1416.

Libro de Horas de Juana I de Castilla, Juana la Loca, circa 1500. Reproducción “casi original”, por M. Moleiro Editor, S.A. de Barcelona, España.

Libro de Horas de la reina María de Navarra, circa 1339-1340
Reproducción “casi original”, por M. Moleiro Editor, S.A. de Barcelona, España.

Libro de Horas de Ana de Bretaña, circa 1503-1508
Reproducción “casi original”, por M. Moleiro Editor, S. A. de Barcelona, España.

Nota: favor de hacer "clic" en los cuadros que aparecen en blanco a fin de ver la imagen.























domingo, 27 de diciembre de 2009

Cuatro canciones (lyrics) de Bob Dylan


Like a Rolling Stone (1965)

Once upon a time you dressed so fine
You threw the bums a dime in your prime, didn't you?
People'd call, say, "Beware doll, you're bound to fall"
You thought they were all kiddin' you
You used to laugh about
Everybody that was hangin' out
Now you don't talk so loud
Now you don't seem so proud
About having to be scrounging for your next meal.

How does it feel
How does it feel
To be without a home
Like a complete unknown
Like a rolling stone?

You've gone to the finest school all right, Miss Lonely
But you know you only used to get juiced in it
And nobody has ever taught you how to live on the street
And now you find out you're gonna have to get used to it
You said you'd never compromise
With the mystery tramp, but now you realize
He's not selling any alibis
As you stare into the vacuum of his eyes
And ask him do you want to make a deal?

How does it feel
How does it feel
To be on your own
With no direction home
Like a complete unknown
Like a rolling stone?

You never turned around to see the frowns on the jugglers and the clowns
When they all come down and did tricks for you
You never understood that it ain't no good
You shouldn't let other people get your kicks for you
You used to ride on the chrome horse with your diplomat
Who carried on his shoulder a Siamese cat
Ain't it hard when you discover that
He really wasn't where it's at
After he took from you everything he could steal.

How does it feel
How does it feel
To be on your own
With no direction home
Like a complete unknown
Like a rolling stone?

Princess on the steeple and all the pretty people
They're drinkin', thinkin' that they got it made
Exchanging all kinds of precious gifts and things
But you'd better lift your diamond ring, you'd better pawn it babe
You used to be so amused
At Napoleon in rags and the language that he used
Go to him now, he calls you, you can't refuse
When you got nothing, you got nothing to lose
You're invisible now, you got no secrets to conceal.

How does it feel
How does it feel
To be on your own
With no direction home
Like a complete unknown
Like a rolling stone?


Blowin’ in the wind (1962)

How many roads must a man walk down
Before you call him a man?
Yes, 'n' how many seas must a white dove sail
Before she sleeps in the sand?
Yes, 'n' how many times must the cannon balls fly
Before they're forever banned?
The answer, my friend, is blowin' in the wind,
The answer is blowin' in the wind.

How many times must a man look up
Before he can see the sky?
Yes, 'n' how many ears must one man have
Before he can hear people cry?
Yes, 'n' how many deaths will it take till he knows
That too many people have died?
The answer, my friend, is blowin' in the wind,
The answer is blowin' in the wind.

How many years can a mountain exist
Before it's washed to the sea?
Yes, 'n' how many years can some people exist
Before they're allowed to be free?
Yes, 'n' how many times can a man turn his head,
Pretending he just doesn't see?
The answer, my friend, is blowin' in the wind,
The answer is blowin' in the wind.



Just Like a Woman (1966)

Nobody feels any pain
Tonight as I stand inside the rain
Ev'rybody knows
That Baby's got new clothes
But lately I see her ribbons and her bows
Have fallen from her curls.
She takes just like a woman, yes, she does
She makes love just like a woman, yes, she does
And she aches just like a woman
But she breaks just like a little girl.

Queen Mary, she's my friend
Yes, I believe I'll go see her again
Nobody has to guess
That Baby can't be blessed
Till she sees finally that she's like all the rest
With her fog, her amphetamine and her pearls.
She takes just like a woman, yes, she does
She makes love just like a woman, yes, she does
And she aches just like a woman
But she breaks just like a little girl.

It was raining from the first
And I was dying there of thirst
So I came in here
And your long-time curse hurts
But what's worse
Is this pain in here
I can't stay in here
Ain't it clear that--

I just can't fit
Yes, I believe it's time for us to quit
When we meet again
Introduced as friends
Please don't let on that you knew me when
I was hungry and it was your world.
Ah, you fake just like a woman, yes, you do
You make love just like a woman, yes, you do
Then you ache just like a woman
But you break just like a little girl.


Mr. Tambouirne Man (1964)

Hey! Mr. Tambourine Man, play a song for me,
I'm not sleepy and there is no place I'm going to.
Hey! Mr. Tambourine Man, play a song for me,
In the jingle jangle morning I'll come followin' you.

Though I know that evenin's empire has returned into sand,
Vanished from my hand,
Left me blindly here to stand but still not sleeping.
My weariness amazes me, I'm branded on my feet,
I have no one to meet
And the ancient empty street's too dead for dreaming.

Hey! Mr. Tambourine Man, play a song for me,
I'm not sleepy and there is no place I'm going to.
Hey! Mr. Tambourine Man, play a song for me,
In the jingle jangle morning I'll come followin' you.

Take me on a trip upon your magic swirlin' ship,
My senses have been stripped, my hands can't feel to grip,
My toes too numb to step, wait only for my boot heels
To be wanderin'.
I'm ready to go anywhere, I'm ready for to fade
Into my own parade, cast your dancing spell my way,
I promise to go under it.

Hey! Mr. Tambourine Man, play a song for me,
I'm not sleepy and there is no place I'm going to.
Hey! Mr. Tambourine Man, play a song for me,
In the jingle jangle morning I'll come followin' you.

Though you might hear laughin', spinnin', swingin' madly across the sun,
It's not aimed at anyone, it's just escapin' on the run
And but for the sky there are no fences facin'.
And if you hear vague traces of skippin' reels of rhyme
To your tambourine in time, it's just a ragged clown behind,
I wouldn't pay it any mind, it's just a shadow you're
Seein' that he's chasing.

Hey! Mr. Tambourine Man, play a song for me,
I'm not sleepy and there is no place I'm going to.
Hey! Mr. Tambourine Man, play a song for me,
In the jingle jangle morning I'll come followin' you.

Then take me disappearin' through the smoke rings of my mind,
Down the foggy ruins of time, far past the frozen leaves,
The haunted, frightened trees, out to the windy beach,
Far from the twisted reach of crazy sorrow.
Yes, to dance beneath the diamond sky with one hand waving free,
Silhouetted by the sea, circled by the circus sands,
With all memory and fate driven deep beneath the waves,
Let me forget about today until tomorrow.

Hey! Mr. Tambourine Man, play a song for me,
I'm not sleepy and there is no place I'm going to.
Hey! Mr. Tambourine Man, play a song for me,
In the jingle jangle morning I'll come followin' you.

sábado, 26 de diciembre de 2009

El nombre de México

El nombre es México
Por: Federico Zertuche


Imaginemos la siguiente escena ocurrida a un compatriota en el extranjero: “¿Y usted de dónde es?”, le preguntan a nuestro paisano, quien responde: “De los Estados Unidos Mexicanos”. De inmediato se antoja como una respuesta poco verosímil y hasta ridícula; en tanto el extranjero interlocutor quedaría perplejo del topónimo empleado.

Creo que muchos mexicanos que suponíamos que nuestro país se llamaba México quedamos atónitos cuando nos enteramos que no era tal, sino que el nombre oficial es Estados Unidos Mexicanos, como Vladimir Ilich Uliánov era el de Lenin, porque así fue registrado y consta en su acta de nacimiento; de tal manera nuestro país quedó registrado de esa manera en la Constitución Política.

Y como la Constitución es la norma básica y fundamental, la que constituye y da forma al Estado, soberanamente también le designa un nombre. De tal manera que México tan sólo sería un sobrenombre como Pepe lo es de José.

Resulta pues incómodo explicar duplicidades o incertidumbres respecto al nombre con que designamos ni más ni menos que a nuestro país, y que sigan sin resolverse: o nos llamamos de una o de otra forma, pero no de varias, como ocurre también con esa entidad geopolítica y cultural que designamos indistintamente Latinoamérica, Iberoamérica, Hispanoamérica, Indoamérica, etc.

La primera constitución federal, la de 1824, además de referirse en varias

ocasiones a “La Nación Mexicana”, en su Artículo 74 dice: “Se deposita el supremo Poder Ejecutivo de la Federación en un solo individuo, que se denominará presidente de los Estados Unidos Mexicanos”. Aquí aparece, por vez primera, ese nombre que emula al de los Estados Unidos de América y que sustituyó desde entonces a nuestro autóctono México.

En aquel entonces, luego de un efímero imperio y tras aciagos años de guerra, convulsión política, feroz contienda y desastres de toda naturaleza, en un país que pocos años atrás era la gloria de toda América por su enorme extensión territorial, alcances y logros económicos, urbanos y culturales, la naciente Federación, hecha a imagen y semejanza de la gran república norteña que entró al relevo en el liderazgo continental, parecía ser la estructura política que traería paz, concordia y estabilidad a la nueva república nombrada Estados Unidos Mexicanos.

Poco tiempo duraron las esperanzas y expectativas calurosamente abrigadas por los políticos y las clases dominantes en los albores de nuestra vida independiente. En 1834, la Constitución, proclamada con tanto orgullo y esperanza, fue abandonada, y la Federación creada por ella se encontraba en ruinas.

A partir de esa fecha y hasta la dictadura de Porfirio Díaz, salvo una breve excepción (La República restaurada), el país entró en una larga etapa de levantamientos militares, intervención extranjera, guerra con los Estados Unidos, paralización y atraso económico, quiebra de las finanzas públicas e ingobernabilidad endémica, enorme penuria y zozobra sociales.

En el seno mismo del conflicto ideológico que supuso la guerra civil entre liberales y conservadores, se encontraba la disputa sobre la forma de gobierno que más convenía al país: federación o centralismo. De ahí que era muy importante para la clase política de la época que el nombre mismo de la nación adquiriera una connotación ideológica y política. Pero como sabemos, la Federación como otras tantas instituciones jurídico-políticas quedaron sólo en letra muerta.

Los liberales, inspirados en la revolución de Independencia de los Estados Unidos de América y en las brillantes instituciones políticas y jurídicas que de ahí surgieron y que constituyeron un paradigma para Occidente, creían que lo que mejor se ajustaba a las circunstancias y necesidades de la nación mexicana era la federación de estados unidos bajo la tutela de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial federales.

La federación americana surgió, en cambio, de la unión de trece colonias que luchaban por su independencia de la metrópoli. Después se convierten en trece estados confederados que se constituyen en república federal al ceder a ésta parte de su soberanía original. En México el proceso fue inverso y un tanto artificial o forzoso.

En una entrevista aparecida en Vuelta Octavio Paz señalaba: “México es una palabra con irradiaciones históricas y legendarias, evoca la luna, el agua y el peñón del águila”, y agrega: “¿Por qué se les ocurrió cambiarla por ese remedo: Estados Unidos Mexicanos?”.

Gutierre Tibón, junto a otros historiadores y lingüistas, señala que México deriva de la voz náhuatl Mexitili y se inclina favor de la explicación de Sahagún, quien la supo de los ancianos indios, según la cual es una corrupción de Mecihtli, que se deriva de metl, maguey, y cihtli, liebre; este nombre comprende, nos dice Tibón, pues, la flora y la fauna de México.

Hay quien dice que es lo mismo que lugar de Mexitli o Huitzilopochtli, a
Hutitzilopochtli o Mexitli. 
causa del santuario que en aquel sitio se le erigió: “El nombre Mexicaltzingo, nos dice el académico decimonónico F. Flores y Gardea, significa sitio de la casa o templo del dios Mexitli; de modo que lo mismo valen Huitzilopocho, Mexicaltzingo y México, nombres de los tres puntos que sucesivamente ocuparon los mexicanos”.

Varias son las interpretaciones, lo que no se discute es que proviene de una voz náhuatl, muy probablemente de Mexitli, y que además así se llamó el lugar que ocuparon los antiguos mexicanos (los mexicas o aztecas): México-Tenochtitlan.

Los españoles al oír la voz, la escribieron con x desde el siglo XVI y desde
entonces ha tenido un uso constante. Esto fue así, ya que fonéticamente la x equivalía al sonido de la ch suave, como de la sh en inglés, e indistintamente se usaba para palabras o nombres que ahora llevan la letra j, como Xavier, Xalapa o Oaxaca, hasta que la Academia Española de la Lengua decretó en 1815 que la x ya no tendría el sonido de la j.


Por ello, surge luego la polémica sobre si México debe escribirse con j, porque en español prima la regla fonética según la cual se pronuncia como se escribe, esto es, se escribe de tal modo que no haya duda sobre la pronunciación, como sostenía Alfonso Junco.

No obstante, la gran mayoría de los mexicanos escribimos con x el nombre de nuestro país, tanto por tradición como por un deseo de conservar la ortografía original. Como escribiera Alfonso de Rosenzweig Díaz al respecto: “Fonéticamente debería escribirse con j, porque el lector enterado pronunciaría indefectiblemente Mék-si-co. Más es privilegio de soberanos y de reyes establecer la grafía para los nombres, y así México se escribirá siempre con X, por tradición, por costumbre e, incluso por política”.

En todos lados, tanto en nuestro país como en el extranjero, a esa entidad

histórica, política, geográfica, jurídica y nacional, que constitucionalmente se le denomina Estados Unidos Mexicanos, se le llama y se le reconoce como México, puesto que es su nombre original, tradicional, histórico y legendario. Por ello resulta inadecuado, inexacto y hasta contra natura, que nuestra Carta Magna lo designe de aquella manera y nos obligue, por ser su nombre oficial, a la incertidumbre de lo que nombramos cuando hablamos de nuestra nación.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Guerra y paz: un binomio indisoluble

Guerra y paz: un binomio indisoluble
Por: Federico Zertuche


Recientemente se suscitó una polémica a nivel mundial y en nuestro país, primero porque se otorgó el premio Nobel de la Paz al presidente estadounidense Barack Obama y luego, por su discurso de recepción, en el que justificó la guerra que concretamente libra su país en dos frentes y a la guerra justa a la que teóricamente aludió.

Aparentemente hay una contradicción de términos cuando alguien que está recibiendo un premio otorgado en honor a la paz –considerada como un valor-, justifique precisamente su opuesto, esto es a la guerra considerada como anti valor.

Dado que, contrariamente a sus críticos, considero al discurso de Obama como una notable pieza de filosofía política digna del mejor aplauso, paso en seguida a explicar las razones de mi dicho.

El concepto pax romana fue acuñado para designar el orden internacional impuesto por el Imperio al resto del mundo bajo su dominio, luego de un conflicto bélico significativo cuya duración y vigencia estaban determinadas por el estallido de una nueva guerra.

Así, podemos situar la pax romana en periodos entre guerras. Una vez concluida la guerra y derrotado militarmente el enemigo ocasional Roma imponía un nuevo statu quo, hasta el estallido de una nueva guerra, y así sucesivamente.

Aunque el concepto adquiriera tal connotación entonces, no significa que el fenómeno implícito fuese inédito. Desde que el hombre es hombre y, por tanto organizado socialmente, no solamente ha existido la guerra, sino una de sus consecuencias: la imposición de la voluntad de los vencedores sobre los vencidos, que actualmente designamos de manera más suave y eufemísticamente: pax americana.

El binomio guerra-paz es indisoluble, mutuamente determinante y complementario. La una no es posible sin la otra. Tanto la paz perpetua como la guerra interminable son de imposible realización. Así que para comprender ambos fenómenos (guerra y paz) habrá que encararlos como lo que realmente son: una diáda dialécticamente unida e imbricada, sin cuyo lazo vinculatorio las partes no existirían.

Obviamente, podemos diferenciar la paz de la guerra y viceversa; aspirar a una y tratar de evitar la otra; exaltar las bondades de la primera y la maldad intrínseca de la segunda. Lo que lamentablemente no podemos, o no hemos podido hasta ahora, es instaurar la Paz Perpetua y desterrar para siempre el espectro de la guerra.

De ello se deriva un reconocimiento elemental convertido en doctrina política generalmente aceptada: la guerra se justifica cuando existen serias y fundadas amenazas a la paz y seguridad colectivas, en aras de conservar o restaurar tal paz y seguridad. Lo que teóricamente se ha dado en llamar la guerra justa, como último recurso luego de agotar los medios políticos, jurídicos, la negociación, el arbitraje y la diplomacia.

Sin embargo el término guerra justa es equívoco y su calificación incierta. Creo que toda guerra por naturaleza es injusta por los graves daños que trae aparejados. Por otro lado, ¿quién determina tal condición? ¿El uno o el otro bando? ¿Los vencedores o los vencidos, los poderosos o los pueblos, los historiadores o los filósofos y entre éstos, los nacionales de una u otra nación en pugna, o ambos, los de tal o cual tendencia ideológica o política?

Hoy en día parece existir unanimidad respecto a la causa justa detrás de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial y señalar la responsabilidad de su estallido a las potencias del Eje. La causa he dicho, no la guerra propiamente dicha.

No obstante, antes de que aquella estallara y durante el conflicto bélico, la opinión mundial no era unánime ni mucho menos. De entrada, ambos bandos sostenían la legitimidad de su causa. Y antes del estallido, en los países que después fueron Aliados se extendió un movimiento pacifista que propugnaba a favor de la negociación, la política y el entendimiento diplomático a fin de preservar la paz, oponiéndose resueltamente a la guerra. En los Estados Unidos se gestó un fuerte movimiento antibélico y aislacionista que consideraba que el conflicto europeo sólo concernía a sus naciones en el que los americanos no deberían intervenir.

Sin embargo, los políticos y líderes esclarecidos de la época, como Winston Churchill, veían los acontecimientos de otro modo. Vislumbraron con claridad y anticipación oportuna la amenaza para la paz y la seguridad internacionales que suponían los regímenes nazi fascistas (incluido Japón), y no se hicieron ilusiones para un arreglo pacífico, como pretendieron sucesivamente los entonces primeros ministros británicos Stanley Baldwin y luego Neville Chamberlain, así como otros líderes pactar la paz con un déspota belicoso y desquiciado como Adolf Hitler.

Es en este tenor en que se inscribe el discurso de Obama, que evidentemente lo pronuncia en su carácter de Jefe de Estado, bajo esa grave responsabilidad que es la de proteger no sólo a su nación sino a la paz y seguridad mundiales, en razón y en función de la calidad de superpotencia que sin duda tienen los Estados Unidos.

Los pacifistas que gritan “estamos contra la guerra”, como si hubiesen descubierto un asombroso avance moral, exhiben a mi juicio, un simplismo elemental y cándido. ¿A quién se le ocurriría hacer una manifestación para gritar “estamos contra la paz”? Obviamente las personas sensatas están siempre contra la guerra y a favor de la paz, pero ello no significa que con esta actitud aquélla desaparezca y la última se instaure como por arte de magia.